ANIVERSARIO DEL 18 DE JULIO

Un legado de dolor

Cientos de exiliados cruzan la frontera por El Pertús (Francia).

Cientos de exiliados cruzan la frontera por El Pertús (Francia). / periodico

MONTSE ARMENGOU

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¿Por qué no paráis de hurgar en el pasado? Cuando me hacen esta pregunta me muerdo la lengua para no contestar: "Y tú, ¿por qué andas con orejeras por el presente?". Después de casi 20 años haciendo investigación y documentales sobre los crímenes ocultos del franquismo (niños robados, cuerpos republicanos enterrados por la fuerza junto al verdugo en el Valle de los Caídos, abusos sexuales en los internados, etcétera) las víctimas y sus familiares -que también son víctimas- no han recibido prácticamente ninguna reparación. Esto quiere decir que como periodista investigo y destapo hechos que sucedieron en el pasado pero que hoy por hoy hacen que una parte de nuestra sociedad arrastre el lastre del dolor porque el Estado ha sido negligente en sus deberes básicos de verdad, justicia y reparación. Por lo tanto, este es un tema absolutamente actual.

En el país con más fosas comunes después de Camboya, el Gobierno del PP destina cero euros a las exhumaciones. En el país donde se robaron niños, primero como método de represión política contra las presas republicanas y después de represión moral contra las madres solteras, el Estado se niega a hacer un banco de ADN que facilite la búsqueda y el reencuentro familiar. En el país donde ahora se destapan malos tratos, abusos sexuales, explotación laboral y prácticas médicas más que sospechosas contra criaturas internas, la Conferencia Episcopal Española sigue sorda a los aires de renovación del papa Francisco y el Estado ni pide perdón ni asume responsabilidades por lo que sufrieron unos niños que estaban bajo su tutela. Y todo esto es un tema de ahora, de rabiosa y dolorosísima actualidad. Porque las víctimas supervivientes sufren día a día su dolor, y las que ya han muerto han legado su dolor a sus sucesores, en lo que los expertos llaman el trauma transgeneracional.

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Un duelo colectivo

Vivimos en una sociedad repleta de gente que ha sufrido y de descendientes que sufren. Tanto da si hemos tenido la suerte de que nadie de nuestra familia haya sufrido la crueldad de la represión franquista en alguna de sus múltiples expresiones. Hasta que no se produzca este reconocimiento y esta reparación, la nuestra será una sociedad dolorida que comparte un duelo colectivo, salpicada por el sufrimiento propio y el de otros. Así lo han entendido instituciones y organismos internacionales como el Consejo de Europa y Amnistía Internacional. Incluso la ONU -institución nada sospechosa de radicalidad- ha denunciado la situación de las víctimas del franquismo. El Comité contra las Desapariciones Forzadas y el Relator Especial para la Promoción de la Verdad, la Justicia y la Reparación han pedido incluso la derogación de la ley de amnistía de 1977. Este es un hecho importantísimo porque apunta claramente a la responsabilidad de la democracia en la situación actual de las víctimas.

Más de 40 años después de la muerte del dictador, la vida de la democracia se iguala en duración a la de dictadura. Y a este paso, se equiparará en responsabilidad hacia la situación de las víctimas. El fascismo impuesto por Franco ejecutó a la perfección su maquinaria de represión y exterminio. Quien no parece que esté haciendo tan bien el trabajo es la democracia, que debería haber tenido ya bastante tiempo y recursos para sacudir la alfombra del pasado y reparar a las víctimas. ¿Cuánto tiempo más tiene que pasar? ¿Cuánta gente más tiene que morir sin haber tenido esta reparación? ¿No estamos ya en aquel momento en el que el general Gutiérrez Mellado recomendaba a Felipe González -según explica el ex en sus memorias- de abordar esta cuestión, cuando los protagonistas directos de la guerra civil ya han muerto?

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¿Hasta cuándo?

Sin entrar a juzgar la transición, incluso entendiendo que se hizo lo que se pudo en unos años convulsos -que no son la estampa de mesa camilla que nos quieren hacer creer sino una situación con una correlación de fuerzas muy desigual con música de sables de fondo y la atenta mirada de la CIA- ¿hasta cuándo tenemos que esperar? Después de haber pasado por gobiernos socialistas, con mayoría absoluta, con un presidente que fue nieto de fusilado que como mucho alcanzó a impulsar una tímida e insuficiente ley de memoria histórica, ¿de qué tenemos miedo? ¿Qué nos asusta, que un Tejero vuelva a entrar en el Congreso o que tiemble algún miembro de una judicatura no depurada -como denuncia Esteban Beltrán, presidente de Amnistía Internacional España- o el nieto de algún franquista sentado en alguno de los consejos de administración que dirigen la vida pública, económica y mediática de este país?

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Mientras tanto, las víctimas arrastran su dolor. Muchos callan porque todavía hay miedo a hablar. Sí, por increíble que parezca aún hay miedo, porque esta democracia que permite un mausoleo a Franco a pocos kilómetros de Madrid -¿se imaginan un Valle de los Caídos en honor a Hitler cerca de Berlín?- no genera la confianza para hablar. Miedo porque la marca España pasa por no hacer una condena clara, decidida y unánime del franquismo. Miedo porque aspirar a llevar a juicio a militares y obispos y condenarlos a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad o hacer una comisión de la verdad debe de ser algo exclusivo de argentinos o sudafricanos...

Llamar al periodista

Y los que se atreven a hablar, un buen día cogen un teléfono y llaman a un periodista para que se haga eco de su drama. Saben que no hay ninguna ventanilla del Estado que los atienda. A menudo, cuando ven su historia en el marco de un documental de investigación, adquieren la conciencia de víctimas, asumen que su caso no es aislado ni producto del destino o la mala suerte, sino de la premeditación de un plan de represión sistemática y continuada. Qué orgullo de profesión nuestra y qué vergüenza de país cuando los periodistas y los documentales tienen que hacer el trabajo que el Estado no hace.