OPINIÓNEl pequeño paso del Rey

No citar a su familia refleja, quizás, sentimiento de culpa. O de soledad.

ANTONI GUTIÉRREZ-RUBÍ

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El mensaje del Rey ha supuesto un paso hacia delante, aunque muy corto. En un mensaje de más de 1.500 palabras, ha resuelto la gran expectación existente en relación con elcaso dedicando, del total, simplemente unas 100 breves y prudentes palabras. El monarca ha tropezado varias veces este año. Pero sus problemas de movilidad no son nada en comparación con los posibles problemas vinculados a la sensibilidad y a la credibilidad.

Sus omisiones son reveladoras. El año pasado finalizó su discurso con este mensaje: «¡Muy feliz Navidad y Año Nuevo 2011, en nombre propio y de mi familia, a todos los españoles y a cuantos extranjeros viven con nosotros!». Este año, por primera vez, no ha mencionado a su familia. Tampoco a la Reina, ni a las infantas.

Reivindicar que «la justicia es igual para todos» es lo mínimo exigible a quien representa la máxima visibilidad del Estado de Derecho. Se podría decir a su favor que pedir «rigor, seriedad y ejemplaridad en todos los sentidos» y afirmar que «las personas con responsabilidades públicas tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar» es un gran paso. Pero no lo es, aunque tragó saliva cuando lo dijo. El Rey alude a lo que todos pensamos, pero elude su posición personal y su reflexión como padre. No ha dicho ni tan solo que se siente triste o avergonzado. Esta noche se esperaba ver al Rey decepcionado y afligido. Era lo mínimo. No mostrarse así le convierte en alguien insensible o, lo que es peor, protagonista de un artificio.

En su discurso, debería haber sido capaz de reconocer, al menos, el daño que miembros de su propia familia han causado a lo que él mismo reconocía como «la desconfianza respecto a la credibilidad y prestigio de algunas de nuestras instituciones». Ha sido una oportunidad perdida. O frustrada.

No citar a su familia refleja, quizás, sentimiento de culpa. O de soledad. O una torpe estrategia que pretende hacernos olvidar lo que no se menciona. O todo a la vez. Esta Nochebuena, y por primera vez en 14 años desde su boda, la infanta Cristina no le acompañará en la tradicional cena navideña en la Zarzuela. Un momento seguramente triste para quien ha servido a la sociedad española durante 36 años, como él mismo ha tenido que recordarnos buscando exculpación, comprensión o perdón, dado su balance global.

La escenografía del mensaje real ha sido cuidada, como siempre, con una realización hierática y tradicional. El Rey ha hecho esfuerzos en la comunicación gestual, pero sin registros emocionales justo cuando más lo necesitaba. Ha locutado su mensaje, pero no sé si ha escuchado el mensaje que le llegaba de la sociedad en forma de expectativa crítica. La monarquía, como la liturgia vaticana, es especialista en hablar elípticamente con un rígido control simbólico. Pero la sociedad española, sacudida por la crisis y el desánimo, no está para fintas semánticas o matices palaciegos. La claridad es la clave de la ejemplaridad. La ética necesita luz clara, no sombras, ni mucho menos penumbras.

El Rey no se ha disculpado. Y para quien crea que no debería asumir responsabilidades que no son suyas, será bueno recordar que la única razón de peso para aceptar que el linaje sea fuente de legitimidad pública es la moralidad. Si no hay votos, debe haber ética y autocrítica, al menos. Es cierto que la justicia debe ser para todos igual, pero el juicio de lo moral debe ser superior para aquellos a los que la cuna o los lazos familiares les otorgan el privilegio de la representación constitucional.

Su tropiezo es severo, aunque no irreversible. Veremos los siguientes pasos que, inevitablemente, deberá dar cuando avance el proceso judicial contra su yerno. En el juego del ajedrez, el rey es la figura clave pero con menor movilidad. Hoy, quizás mal asesorado y defendido, el rey Juan Carlos I se ha movido, calculadamente, como una pieza fría de un tablero. Ha perdido la oportunidad de mostrarse como una persona real. Él, que ha pedido a los demás que actúen con «realismo», no ha predicado suficientemente con el ejemplo. Justo lo que esta noche se juzgaba.