Millet y sus 400

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JOSEP MARIA URETA / BARCELONA

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A quien pida una síntesis de lo que por fin se juzga bajo el epígrafe ‘caso Millet’, con el añadido, ya posterior, de la financiación de partidos, basta con recomendarle la lectura de los diarios --hay hemerotecas digitales-- del periodo que va del 23 de julio al 3 de septiembre del 2009. Desde la entrada de los mossos (julio) en las oficinas del Palau de la Música, sede del centenario Orfeó Català, hasta la reunión (septiembre) de los patronos de la entidad, bloqueados y desconcertadoss sobre cómo debían actuar ante la traición de uno de los suyos.

Los mossos obedecían a una orden de la Fiscalía Anticorrupción con la documentación precisa de la Agencia Tributaria sobre el manejo desorbitado de billetes de 500 euros por parte de los administradores del entramado conocido como Palau de la Música (consorcio de administraciones, fundación de patronos privados, Orfeó Catalá). Más tarde se supo que existían desde años anteriores denuncias anónimas y también populares sobre la sospechosa adminsitración de la joya del modernismo concebida para promocionar la música y el canto coral.

Los patronos, casi un centenar de apellidos ilustres de las buenas familias de Barcelona (como las llamó en 1986 Gary Wray McDonogh en su descripción de los propietarios del Liceu), mezclados con la nueva clase emergente de directivos de empresa no propietarios pero ávidos de hacerse un nombre con la pátina de sensibles a la cultura catalana, que no mecenas, porque el dinero no salía de su bolsillo sino de las cuentas de la empresa.

SÁLVESE QUIEN PUEDA

Hacienda, fiscales y jueces han documentado ya sus sospechas de lo sucedido hasta hace ocho años. Del otro lado, todo ha sido un sálvese quien pueda. Empezó el 3 de septiembre en la reunión de patronos de la Fundació Palau de la Música para escuchar los primeros análisis de Deloitte y el bufete Garrigues (su hombre clave, Joaquim Triadú) sobre las cuentas de Millet y su socio de fechorías Jordi Montull, vecinos más que avenidos en la Ametlla del Vallès. Ambos con sus hijas colocadas en el entramado contable de la institución.

Aquel 3 de septiembre se supo que el dinero despistado era, de momento, de 1,8 millones de euros. Hoy esa cifra supera los 34 millones. Pero lo relevante de aquel encuentro, no publicado hasta semanas después, es la ruptura interna e irreversible en el seno del entramado de la burguesía barcelonesa entre los partidarios de llegar hasta el final, la expiación, y los que querían a toda costa desaparecer de los diarios como colectivo y desprenderse de Millet como de un apestado.

INSÓLITA CONFESIÓN

Ambas líneas tienen apellidos y muestras inmediatas desde aquella fecha. Muestra, no al azar: el 17 de septiembre del 2009 se conoció la insólita confesión de Millet y Montull de haberse apropiado de 1,8 millones de las cuentas de la Fundación para obras en sus propios domicilios. Merece recordarse a la sazón que el abogado de Millet era Pau Molins, patrono del Palau, asistente a la reunión con Deloitte y al que no fue fácil urdir la maniobra de la ‘confesión’ de lo que ya se sabía en vistas al proceso penal posterior (Molins duró poco como abogado de Millet. Ahora es conocido por su defensa de Cristina de Borbón. Su hermano Joaquim, exdiputado de CiU, ha presidido el Liceu).

Pero en el otro lado de los insatisfechos había también apellidos ilustres del pequeño ‘gotha’ barcelonés, en versión Gary Wray, que no querían transigir tras la ofensa. Dos, de sobras conocidos: Àngels Vallvé, notaria descendiente del industrial Andreu Ribera, e Ignacio García-Nieto, de la saga gestora de la banca Riva y García. El más destacado, no obstante, y desde el primer momento, fue Leopoldo Rodés, fallecido hace dos años. Impulsor de la mayor empresa europea de publicidad, fue un pilar clave de la elección de Barcelona como sede de los JJJOO del 92. Cuando falleció su mujer, de gran sensibilidad musical, los Rodés hicieron un generoso, mucho, donativo al Palau de la Música. Y cuando Leopoldo Rodés fue informado, en julio del 2009, del mal uso de su donativo, su reacción fue expeditiva, noble y catártica para todo el colectivo.

Andreu Farrás y Pere Cullell publicaron en el 2002 un libro de referencia obligatoria para el análisis de las buenas familias barcelonesas, 'L’Oasi català' (Planeta). De ahí sale la siguiente pretensión de Millet “Somos unas 400 personas que nos encontramos en todas partes. Vamos coincidiendo seamos o no parientes…” Fue así hasta julio del 2009 y empezó a dejar de serlo en septiembre. Les separó la financiación de partidos, de un lado, y del otro un sentimiento superior de que a los 400 no les gusta salir en los diarios.