GIRAR LA TORTILLA

Extremadura se la está jugando

La comunidad autónoma afronta la incógnita de un nuevo futuro con el PP al mando, tras el tropiezo en las urnas del PSOE, partido que había llevado el timón de la nave durante 28 años ininterrumpidamente. Las causas hay que buscarlas en el fuerte impacto de la crisis, el ajuste de cuentas de IU y el enojo de una legión de funcionarios tras la imposición de un recorte salarial

OLGA MERINO

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Calor de chicharras. Desde la atalaya de una torre de electricidad, una cigüeña apostada en el nido saluda al visitante a la entrada de Arroyo de San Serván, localidad pacense de 4.000 habitantes, cerca de Mérida y sus ruinas romanas. Un pueblo consagrado a la agricultura frutícola, donde el tiempo transcurre lento, gota a gota bajo la luz dura y cenital. Fachadas blancas de cal y cielos de un azul limpísimo. Hacia el mediodía, un televisor parlotea a media voz en el Hogar del Pensionista sin que nadie le preste atención: los abuelos, acaso una docena, están concentrados en la mano de naipes. Tienen el rostro quemado de soles y trabajos, como aquellos «extremeños de centeno» que cantó el poeta Miguel Hernández. La partida de cartas y la charla arrojan sobre el tapete una interesante radiografía sociológica: entre mirones y jugadores, casi la mitad de los jubilados reunidos en torno a la mesa tuvieron que abandonar en su juventud la aspereza de la tierra extremeña para buscarse el pan.

«Aquí había trabajo, claro que sí, para reventar. Perras era lo que no había», comenta José, quien puso rumbo a Francia en 1964, a los 17 años. Con idéntico destino y en el mismo año salió su amigo Juan, que trabajó durante casi cuatro décadas en la construcción, en la limpieza de locales, en una fábrica de procesamiento de pieles, en lo que saliera... «No es que los 60 fueran malos ¿dice¿. Aquí fueron pésimos todos los años; los anteriores y los que vinieron después... Los de infantería siempre vamos a pie». Muchos de aquellos viejos emigrantes están regresando a Extremadura, la región con el nivel de renta más bajo de España, «a un ritmo de entre 3.000 y 5.000 al año», apunta Artemio Baigorri, profesor titular de Sociología en la Universidad de Extremadura.

Paisaje irreconocible

A pesar del subdesarrollo que aún la atenaza ¿la comunidad registró en 2010 un PIB de 16.828 euros por persona; o sea, un 31% inferior a la media europea¿, pese a la pobreza, el paisaje rural resulta irreconocible si se echa la vista atrás. Bastaría remontarse al tardofranquismo para encontrar todavía en las plazas de los pueblos puñados de jornaleros sin tierra; allí se reunían al amanecer, a la espera de que el manijero ¿así se llama en el sur al capataz de una gran finca¿ los escogiera para echar la peonada del día en las faenas agrícolas, rememora el sociólogo Baigorri, coautor de Extremadura saqueada, un estremecedor ensayo sobre las desigualdades en la región que publicó la editorial libertaria Ruedo Ibérico en 1978. «Aún recuerdo familias campesinas que vivían en chamizos con el piso de tierra y que solo tenían patatas grilladas para comer». Los expertos calculan que durante el boom migratorio, desde 1950 y hasta 1973, cuando sobrevino la crisis en las ciudades industriales y menguó la demanda de mano de obra, al menos medio millón de extremeños hicieron las maletas.

Pobreza, duras condiciones climáticas, siglos de abandono estatal y una frontera con Portugal muy poco permeable han hecho de la comunidad un vivero histórico de votos para la izquierda. Sin embargo, en las recientes elecciones autonómicas el PP resultó la candidatura más votada. Su cabeza de lista, José Antonio Monago (Quintana de la Serena, Badajoz, 1966), tiene ahora la sartén por el mango y será investido, con una ayudita de Izquierda Unida, nuevo presidente de la Junta el próximo 7 de julio. Extremadura, la roja, se viste de azul; lo nunca visto. El PSOE, que había llevado el timón de la nave durante 28 años ininterrumpidos, ha perdido 60.000 votos y 8 escaños en los últimos comicios. Algún descalabro ha debido de ocurrir en el camino que explique el giro de la tortilla.

Respuesta en Badajoz

Quizá la respuesta se halle a unos cuantos kilómetros por carretera, en Badajoz. Diego, que prefiere omitir su apellido, no tiene reparos en explicar su historia personal: trabajaba de celador en un hospital y acaban de rescindirle el contrato; tiene 52 años, dos hijos y una hipoteca que la suegra le ayuda a pagar. «Si esta gente se queda un día más ¿afirma¿, hunden el país. Y lo digo yo, que soy socialista desde que nací». Le permiten sobrevivir el colchón familiar y el hecho de que la vida sea más asequible en la región: el alquiler de un piso de 80 metros cuadrados vendría a costar unos 375 euros al mes.

La hemorragia de votos socialista también se explica por el enojo de los funcionarios tras la imposición del recorte salarial del 5%: cabe subrayar que en Extremadura el 21% de la población activa es funcionaria; en otras palabras, las administraciones públicas son el principal empleador.

Incluso el mismísimo líder de IU en la región, Pedro Escobar (Acedera, Badajoz, 1950), reconoce el impacto de la crisis económica en el vuelco político, y confiesa que el socialista Guillermo Fernández Vara, el presidente saliente de la Junta, quien gobernaba hasta ahora por mayoría absoluta, «no se merecía este resultado electoral». El paro afecta al 23,7% de la población, y la tasa de desempleo juvenil resulta todavía más alarmante: llega al 50%.

Escobar, maestro de profesión, es un hombre carismático y lleno de energía. Los vecinos de la barriada de San Fernando, erigida en torno a la estación de ferrocarril de Badajoz, lo saludan y algunos lo felicitan al paso. En la ferretería, en la taberna, en el barbero, en el asador de pollos¿ Para pollo el que han montado él y los otros dos diputados electos de IU, Víctor Casco (bibliotecario) y Alejandro Nogales (desempleado), cuya abstención en la investidura de Monago dejará el paso libre a los populares (32 escaños) y sellará casi tres decenios de poder socialista (30 escaños). Un pacto a la griega, la célebre pinza de Anguita, una decisión contranatura que zarandea los cimientos de la federación.

A pesar de las presiones y del sonado enfado del coordinador general, Cayo Lara, no parece que vayan a dar marcha atrás. Los tres diputados extremeños de IU han acatado la decisión de las bases y han cerrado filas, aunque disintieron ¿y mucho¿ antes de dirimir la disyuntiva: aceptar de nuevo «el abrazo de oso» del socialismo o bien frenar la llegada de la derecha. «No somos el criado, ni el séptimo de caballería, ni la marca blanca del PSOE», se defiende con vehemencia Escobar. «Los socialistas son muy promiscuos, y nadie los critica. Nosotros, esta vez, hemos decidido no irnos a la cama con nadie».

Hay en la izquierda, además, resentimiento, un mal recuerdo de la gestión socialista durante el mandato de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, expresidente de la Junta. Años de «ninguneo», «tierra quemada» y «prepotencia». Antonio Tinoco, director de El Periódico de Extremadura, explicó las claves en un artículo publicado el lunes en este diario y que tituló Vengar el ibarrismo: las cuentas pendientes se remontan a la legislatura de 1995, cuando el PSOE se quedó escaso de votos e Ibarra maniobró para que dos diputados de IU se pasaran a sus filas. Como resultado de aquel tejemaneje, los socialistas renovaron la mayoría absoluta y la coalición de izquierdas se sumió en una profunda crisis política.

Fuentes del PSOE en Extremadura hablan de «odio» y «cainismo», de que IU ha tomado la decisión de abstenerse «más con las tripas que con la razón». Algo de inquina habrá cuando uno de los 12 puntos que la coalición de izquierdas ha presentado al PP para franquearle el paso exige el cierre de la oficina del expresidente Ibarra.

Las exigencias de IU

La incógnita radica en cómo el popular Monago podrá bailar el baile: los diputados de IU le han presentado una lista de 12 mandamientos como moneda de cambio para obtener su apoyo indirecto y que, a grandes rasgos, le exigen un giro a la izquierda en energía, fiscalidad y educación. «Lo que está claro es que si yo impongo mi programa al 100%, IU no se abstendría», explica el futuro presidente de la Junta de Extremadura sentado en un banco del parque de Castelar, en Badajoz. Hijo de un número de la Guardia Civil y bombero en excedencia, Monago parece un hombre dialogante, e incluso se aviene a hacerse una foto simpática en las cocinas del Hotel Zurbarán, cerca del lugar concertado para la entrevista. Sus enemigos políticos le alaban el talante pactista: «Yo no soy de derechas; la normalidad está en el centro, y yo me considero una persona normal», dice.

No deja de ser curioso que los dos protagonistas del vuelco político tengan parientes emigrados a Catalunya: el popular Monago, en Granollers y Sabadell; Escobar, en Mataró y Sant Boi. «Mi tío, que trabajó en Radiadores Roca y que de zagal había pastoreado las ovejas del amo, solía decir que no comió bien hasta que llegó a Catalunya», comenta el líder de IU.

Si existe un discurso unánime en Extremadura es el de lamentar la relación de amor-odio que mantienen ambas comunidades. De un lado, la cantinela de que los catalanes barren para casa y siempre están quejándose; de otro, el tópico de una región parasitaria de funcionarios y subsidio agrario. «Se trata de un discurso fácil, de un conflicto artificial que conviene a los nacionalistas ¿argumenta José Luis Lucas, portavoz del PSOE en la región¿.

A fin de cuentas, solo unas 25.000 personas se benefician en Extremadura del Plan de Empleo Rural (PER). También la industria automovilística catalana ha recibido ingentes ayudas públicas, cosa que celebro».

Extremadura cuenta con escasa población

¿1.083.000 habitantes¿ y muy dispersa en el territorio: Cáceres y Badajoz son las provincias más extensas de España, con una superficie total de 42.000 kilómetros cuadrados. Esas características la convierten en una comunidad autónoma cara en la dotación de servicios.

Para el profesor de Sociología Baigorri, el problema radica en que «a Extremadura le falta un millón de habitantes: los 500.000 que tuvieron que marcharse y sus descendientes». Hijos de emigrantes que ahora viven y cotizan en las conurbaciones industriales de Barcelona, Madrid, Bilbao, Düsseldorf o París. Quizá parte de la solución, como ayer, radicaría en la industrialización de la comunidad, aunque solo fuera la del procesamiento de sus propios productos agrícolas. Ya vendría siendo hora. H