Geometría variable

El espíritu de Fonteta deberá esperar

JOAN TAPIA

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El discurso de Mariano Rajoy en la convención del PP catalán fue correcto. Insistió en que no habrá referendo y solo sorprendió a los que hacen política desde la fantasía, los que creen que habrá consulta legal este año. Pero no generó simpatías. Rajoy puede tener razón porque la Constitución -defendida por CiU más que por Alianza Popular- le ampara. Pero la razón jurídica no permite ignorar que 104 diputados del Parlament sobre 135 (divididos, eso sí) exigen más autogobierno. Como dijo Alfredo Pérez Rubalcaba, Rajoy -por su propio interés- no puede cerrarse en el «no, no y no».

Para los conservadores, el balance es negativo. Sobretodo por los teloneros. Al PP -que recurrió el Estatut- le convendría ser cauto. Pues nada de nada. María Dolores de Cospedal pregonó -cual Agustina de Aragón- que no iban a tolerar que se rompiera España «a machetazos» y Cristóbal Montoro utilizó el acto para anunciar que Hacienda hará unas balanzas fiscales diferentes. Meter a Hacienda en los mítines del PP descalifica de entrada. Implica confundir el interés del partido con el del Estado. Y para arreglarlo, Alicia Sánchez-Camacho relacionó la Catalunya actual con la etapa negra de Euskadi. Catalunya es un país de matices y el reduccionismo molesta.

Y más si es peregrino. Ver 24 horas después a Sánchez-Camacho moverse como pez en el agua en el civet de Fonteta demuestra que el PPC está a años luz del apartheid (no digamos del riesgo físico) que sufrió el partido en Euskadi. Y es que el civet -una reunión de más de 200 personas, entre ellas amigos del empresario Luis Conde de Barcelona y Madrid, políticos de ambas ciudades y lo más granado de la burguesía catalana- fue un indicador. Reveló que a los empresarios, el grupo dominante, les encanta tocar al president y a sus consellers (de la significación de Germà Gordó, Ramon Espadaler, Felip Puig y Josep Maria Pelegrí). Y todavía están más contentos si comparten mantel con políticos relevantes de Madrid como Ana Pastor, embajadora de Rajoy; Elena Salgado, exvicepresidenta socialista, y dos personas cercanas al presidente como Jorge Moragas y Cristina Ysasi-Isasmendi (que fumaba con destreza un buen habano). Los empresarios vienen a decir: saludamos a nuestros políticos (por los que nos sentimos bastante representados), pero deben hablar con Madrid porque -pese a todo- nos horroriza el conflicto. Luis Conde lo sintetiza cuando aboga por el triunfo del seny. El PP hace ostentación de diálogo por un día (luego, a otra cosa mariposa) y Artur Mas -lanzado a un contencioso duro- sabe que no puede defraudar el ansia de pacto de un sector relevante de sus apoyos. No es solo la sintonía entre el centroderecha de aquí y de allí, el realismo empresarial tiende a creer que un mal pacto es siempre mejor que un buen pleito.

Las gradas, gradas son

Lo lógico es que la tercera vía -estaba Pere Navarro pero no Josep Antoni Duran Lleida- acabe imponiéndose porque lo otro -desoír la voluntad de 104 parlamentarios catalanes o romper un Estado de la Unión Europea- son operaciones casi imposibles y en todo caso muy costosas. Pero no será en el 2014. Ahora el objetivo de Rajoy es ganar las europeas y para ello quiere los votos de sus electores recalcitrantes (que Alejo Vidal-Quadras planea robar). Y Pedro Arriola, eterno asesor electoral, le dice que los gestos hacia Catalunya no le darán votos aquí y le harán perder en España. Mas ya ha ido a Fonteta un día. Ahora necesita ganar las europeas a ERC y las fotos tercera vía tienen rentabilidad limitada. Rajoy mira a su grada y Mas, a la suya. Y las gradas, gradas son. Cualquier negociación seria debe esperar a que acabe el ciclo electoral (finales del 2015 o el 2016 si el president, como desean los empresarios, no adelanta los comicios catalanes).