PERFIL

La octava vida de Artur Mas

'President' desde el 2010, fue aupado a la cúspide de CDC por Jordi Pujol y ha salido de todos los atolladeros

Simpatizantes de Junts pel Sí felicitan a Artur Mas, anoche.

Simpatizantes de Junts pel Sí felicitan a Artur Mas, anoche.

JUANCHO DUMALL / BARCELONA

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Cuentan que Artur Mas estuvo a punto de tirar la toalla la noche del 25 de noviembre del 2012, fecha de las anteriores elecciones catalanas, cuando supo que CiU había pasado de 62 escaños a 50. Un batacazo, como señalaba al día siguiente el titular principal de la portada de este diario. Mas había pedido en esa campaña una «mayoría excepcional» para su proyecto soberanista, pero parte del electorado tradicional convergente le dio la espalda (perdió 82.000 votos y doce escaños) y la continuidad del proceso político en el que estaba empeñado, basado por entonces en el derecho a decidir y no en la independencia, quedó en manos de Esquerra, el vencedor moral de aquella contienda, con medio millón de votos y 21 escaños. Ya entonces se oyó una sentencia que luego se repetiría en varias ocasiones: «Mas está muerto».

En realidad a Mas se le había dado por finiquitado en los duros años de travesía del desierto durante los gobiernos tripartitos de Pasqual Maragall José Montilla. El hombre que había sido aupado en el 2001 a la cúspide de Convergència por Jordi Pujol y su entorno -derrotando a Duran Lleida, por cierto- forjó su carácter tenaz en la dura oposición, cuando tuvo que mantener unidas las filas nacionalistas fuera de las moquetas del poder. Incluso en esos tiempos difíciles recuperó visibilidad cuando negoció directamente con el entonces presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, el remate del Estatut (enero del 2006). A cambio, él obtenía vía libre para gobernar en Catalunya si la suya era la opción más votada. No fue así. Montilla formó Gobierno y él, indignado por la traición de los socialistas, siguió en la dura oposición. Pero a alguien formado en la disciplina y la cultura del esfuerzo de la escuela Aula tenía que llegarle la recompensa. Y llegó. Su primer momento de gloria fue la victoria de CiU en las urnas sobre el socialista José Montilla por una goleada nunca vista (noviembre del 2010). Mas se convertía en 'president' y pronto enfocaría el malestar de la sociedad catalana hacia la búsqueda de un pacto fiscal con el Estado, del que Mariano Rajoy, inmerso entonces en la gestión de los peores meses de la crisis, no quiso ni oír hablar. Grave error.

Pero a ese rasgo de corredor de fondo, Artur Mas ha unido el de su habilidad en el regate corto. Astucia, según sus admiradores, trilerismo, según sus críticos, que al final le ha mantenido a flote en las peores circunstancias. Ha logrado que el debate político catalán pivotara sobre el soberanismo, con lo que amortiguaba las críticas a su Gobierno por los brutales recortes sociales. También ha sellado las más variopintas alianzas, muchas de ellas de cristal, con tal de mantenerse en el liderazgo del catalanismo. Se ha apoyado sucesivamente en los socialistas, que se abstuvieron para facilitar su investidura en el 2010; en el PP, que le permitió gobernar en sus primeros meses antes del choque con Rajoy; en ERC, cuando pisó el acelerador soberanista; en la Assemblea Nacional Catalana, cuando buscó la unidad de las fuerzas independentistas con el apoyo de las calle... Pasará a la historia de Catalunya por haber organizado una consulta, con urnas, pero sin censoconsulta, donde más de dos millones de catalanes vivieron la emoción de pronunciarse sobre el futuro del país. Pero ya en aquella consulta (9 de noviembre del 2014) se intuyó que para sumar los votos que le permitieran ir a una hoja de ruta hacia la independencia mil veces prometida había que lograr una clara mayoría en votos y escaños. Algo que ayer quedó en el aire.

AUDACIA Y PRAGMATISMO

El hombre que plantó cara al Tribunal Constitucional y sacó las urnas a la calle, el líder que se subió en la ola independentista abandonando su vieja imagen de político robotizado para reinventarse como líder mesiánico, el político que sobrevivió al 'escándalo Pujol en las últimas elecciones europeas, el mago que supo salir de todos los atolladeros con una mezcla de audacia y pragmatismo, ha salido vivo de lo que podría haber sido su Waterloo.

En un más difícil todavía, se enfrenta a otro desafío: formar un gobierno sin una clara mayoría y bajo la mirada de la CUP, el partido de izquierda anticapitalista que ve en Mas el político de la vieja escuela, tolerante con la corrupción y amigo de los poderes que, en lenguaje 'cupaire', son los enemigos de la ansiada república catalana. Mas ha mudado de piel. ¿Le quedan aún trucos de magia para seguir en el poder con una aritmética endiablada en el Parlament?