ONZE DE SETEMBRE

La Diada de la desobediencia

Jose Rico / Barcelona

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■ Diada 2017: Última hora en directo

Hace este lunes 40 años, el paseo de Gràcia de Barcelona albergó una manifestación para la historia. Con la transición abriéndose paso a tientas y entre un ensordecedor ruido de sables, el Onze de Setembre de 1977 un millón de personas clamaron en la calle "Llibertat, amnistia i Estatut d’Autonomia". Probablemente se escucharán este lunes comparaciones entre aquella Diada masiva y la sexta demostración de fuerza consecutiva que el independentismo quiere desplegar coincidiendo con la fiesta nacional de Catalunya. Pero si hace cuatro décadas la reivindicación democrática unió a los catalanes en una marcha ideológicamente transversal, el 11-S del 2017 llega precedido de una irreversible fractura política, descarnadamente plasmada en el Parlament la pasada semana, y antecederá a 20 días en los que el Govern y las huestes secesionistas aspiran a elevar la tensión en la calle en pos de la supervivencia del recién prohibido órdago unilateral del 1-O.

La Diada marca el inicio de esa estrategia de movilización permanente del independentismo que, en palabras el pasado sábado del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, "desborde democráticamente" al Gobierno de Mariano Rajoy, a la fiscalía y al Tribunal Constitucional (TC). Tras la aprobación de las leyes de ruptura y su cantada suspensión inmediata, el Ejecutivo catalán empieza a descargar la responsabilidad del desenlace del primer lustro del proceso soberanista en una agitación ciudadana que contribuya, en cierto modo, a socializar la desobediencia. La meta consiste en sacar urnas a la calle como sea dentro de tres semanas y llenarlas de papeletas del 'sí', aunque estas las tengan que imprimir los ciudadanos en sus casas, como ya ha sugerido el 'conseller' Jordi Turull ante el asedio de la Guardia Civil a las empresas que se sospecha que están avituallando al Govern.

DOBLE LLAMAMIENTO

La orden la ha dado este domingo Puigdemont con un doble llamamiento desacomplejado a la desobediencia. En el tradicional mensaje institucional de la Diada, el 'president' ha advertido de que desacatará cualquier inhabilitación que no provenga del Parlament. Horas antes, en una entrevista en 'El Punt Avui', ha emplazado a los catalanes a atender solamente a la "nueva legalidad catalana", o lo que es lo mismo, hacer caso omiso a los vetos judiciales del Estado. Y aunque ha reafirmado que el Govern lo tiene todo listo para el 1-O, ha apostillado: "La garantía del referéndum es la gente". Hablando en plata, si el 1-O no rompe el techo del 9-N (2.344.828 votantes), el pulso secesionista habrá fracasado y el 'procés' deberá reformularse.

Por eso la Diada de este año será un termómetro elocuente. De un año a otro, entre el 2012 y el 2016, la musculatura independentista ha exhibido síntomas de flaqueza en los sucesivos Onze de Setembre. Como calentador del 1-O, la ANC y Òmnium han recuperado para esta ocasión el formato de gran manifestación en el corazón de Barcelona, pero de nuevo sin el mínimo cariz inclusivo para atraer a los 'comuns', que meditan su participación en el 1-O mientras sus ayuntamientos, con el de Barcelona a la cabeza, se preparan para negar la logística a la Generalitat. Los alcaldes, y más que ninguno Ada Colau, son el otro gran objeto de presión del secesionismo, que observa con inquietud cómo solo tres de las 10 grandes ciudades de Catalunya apoyan el 1-O.

EN GUARDIA PERMANENTE

Junts pel Sí y la CUP fijaron estratégicamente para la semana previa la ejecución de su desafío parlamentario. El miércoles, las entidades exhortaron vía WhatsApp a sus fieles a "estar alerta y en conexión permanente" por si había que reaccionar a cualquier "ataque a la democracia". Pero este no ha llegado todavía en la intensidad que esperaban. Las formas de los grupos independentistas y de la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, que retorcieron el reglamento del Parlament para imponer su ley atropellando los derechos de la oposición, espantaron incluso a algunos sectores del PDECat. Y tampoco la primera réplica de la Moncloa ha servido para enardecer los ánimos de quienes esperan, por ejemplo, que se abra la espita de las inhabilitaciones.