«Desterremos palabras como crisis, violencia de género e independentismo»
El discurso de Pedro Sánchez sirvió para marcar las coordenadas sobre las que se moverá el nuevo líder del PSOE y jefe de la oposición: confianza en la recuperación del partido, destierro de los complejos socialistas, mano dura contra el PP y propuestas de regeneración democrática. Lo que nadie esperaba es que utilizara la clausura del congreso del PSOE, durante su primera intervención larga desde que está al mando, para equiparar el secesionismo con delitos tan graves como el asesinato machista y la corrupción política. «Desterremos palabras que nos afectan e indignan a todos como crisis, paro, pobreza, desigualdad, corrupción, violencia de género, decadencia institucional e independentismo», sostuvo ayer Sánchez.
La frase no parecía producto de la improvisación, ya que Sánchez llevaba días preparando a conciencia el discurso, que leyó con la ayuda de dos pantallas. Pero resultó «desafortunada», según él mismo declaró a este diario posteriormente, al remachar: «En ningún momento he pretendido asociar el independentismo con ninguna expresión de violencia».
Es cierto que en ocasiones anteriores había destilado cierto nacionalismo español. El pasado 12 de junio, por ejemplo, durante la presentación de su candidatura en Alcorcón, argumentó que «lo más sagrado para los españoles» era «la unidad de España». Pero nunca antes había colocado el sentimiento independentista al nivel de un crimen, en unas palabras que suenan más propias de UPD y del ala más ultraconservadora del PP que del PSOE.
INCOMODIDAD / Sentados en el auditorio del cónclave (un hotel de las afueras de Madrid), los socialistas catalanes se movieron con incomodad. El estreno del líder les coloca en una posición complicada, en especial porque la cúpula del PSC utilizó su influencia para que Sánchez venciera a sus dos contrincantes, Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias, que ayer se lamentaban de que el secretario general no se hubiera dignado a hablar con ellos para que algunas personas de sus candidaturas (que cosecharon, respectivamente, el 36,25% y el 15,09% de los votos de las bases socialistas) se integraran en los puestos de dirección. Aun así, pese a que ni Madina ni Pérez Tapias dieron consigna alguna, los delegados socialistas cerraron filas con Sánchez y ratificaron su ejecutiva con el 86,1% de apoyos. Más allá de los roces y las disputas en la reciente pugna, el PSOE quiere unidad. Quiere, en palabras del barón asturiano Javier Fernández, desplegar una «amnesia inmediata» sobre lo que ha ocurrido hasta llegar aquí y volver a empezar.
Ante la virulencia del posicionamiento territorial de Sánchez, varios de sus colaboradores admitieron que quizá sus palabras no habían sido «las más acertadas», pero subrayaron que también había llevado a cabo una «apasionada defensa» del federalismo. Es cierto. «Ser federalista es una cuestión de valores, es tener una posición abierta al diálogo y al pacto. Entre la recentralización de la derecha y el separatismo de [Artur] Mas, proponemos una reforma de la Constitución para que todos los españoles aprueban un marco de convivencia federal», dijo el líder del PSOE antes de proclamar su «orgullo» hacia un PSC que «en un momento de tensión» ha izado «la bandera de la concordia».
Como broche de este capítulo, en la frase más redonda de su discurso, un ataque a Jordi Pujol, quien el viernes reconoció que durante 30 años había ocultado la herencia de su padre en el extranjero. «¡Qué hipócrita el patriotismo de quien cuando tiene que elegir entre patria o patrimonio, elige patrimonio y se lo lleva al paraíso fiscal de al lado!», exclamó.
LA REUNIÓN / En el resto de su discurso, Sánchez se comprometió a «modernizar la izquierda» en la España «hastiada, indignada y herida», frente a un Mariano Rajoy que «si quiere regenerar la democracia, lo tiene fácil: que coja la escoba y limpie su casa». Hoy, a partir de las cinco de la tarde en la Moncloa, tendrá la oportunidad de trasladar sus ideas a Rajoy.
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