Del Jaguar al ébola

Que tanto Aznar como Rajoy tuvieran más en cuenta su lealtad que sus errores permitió a la exministra sobrevivir políticamente a numerosos escándalos. Hasta ayer.

Ana Mato, tras la primera reunión del Consejo de Ministros, en el 2011.

Ana Mato, tras la primera reunión del Consejo de Ministros, en el 2011.

IOLANDA MÀRMOL / MADRID

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Ana Mato fue hasta ayer la gran superviviente, capaz de salir indemne de las numerosas embestidas que la carrera política le ha asestado. Cuando su vida privada se coló en las portadas de los periódicos y cuando sus perlas dialécticas la dejaron en evidencia, encontró siempre la mano tendida de un presidente del Gobierno que tuvo más en cuenta su lealtad que sus errores. Así lo hizo José María Aznar, que la aupó en el clan de Valladolid a finales de los 80 hasta situarla en la ejecutiva nacional del PP y le confió la organización del partido y la campaña electoral de 1996, que llevó a los populares a la Moncloa por primera vez.

La fidelidad de Mato también pareció convencer a Mariano Rajoy, que la nombró ministra de Sanidad en el 2011 y la sostuvo en el cargo hasta ayer, a pesar de los múltiples escándalos y a pesar de que desde el 2013 aparecía en los informes del caso Gürtel como receptora de los regalos de la trama (incluido un Jaguar valorado en 52.000 euros) al que era su marido, el exalcalde popular de Pozuelo Jesús Sepúlveda. Ana Mato pudo comprobar entonces que el demonio está en  los detalles, sobre todo cuando son obscenos, y el país entero se despierta un día con el precio millonario del confeti en las fiestas de cumpleaños de sus hijos, sus viajes al Círculo Polar, y bolsos de Louis Vuitton que no eran para ella colgados en los titulares de la prensa.

La revelación de una forma de vida tan alejada de la realidad de la mayoría de la sociedad española alimentó la imagen de una mujer frívola, sin contacto con el mundo real, un estereotipo que se reforzó más con declaraciones tan sorprendentes como cuando admitió que su momento preferido del día era cuando veía al servicio vestir a sus hijos o cuando tildó a los niños andaluces de ser analfabetos.

Sus compañeros de partido reconocen que le tocó lidiar como ministra en la época más dura de la crisis y que tuvo que afrontar los recortes más difíciles de justificar ante una opinión pública indignada: los de la sanidad. Ana Mato tuvo que sacar el látigo para obligar a las comunidades autónomas a ahorrar 7.000 millones en materia sanitaria, y echó el cerrojo a las posibilidades de acceso a prestaciones médicas. Los inmigrantes sin regularizar quedaban sin cobertura, salvo en casos excepcionales como embarazo o urgencias. El plan de recortes de su departamento levantó mareas blancas de manifestaciones para protestar contra el copago, la desfinanciación de 400 medicamentos y la revisión del precio que pagan los pensionistas.

CASCADA DE ERRORES

Ninguna de esas imágenes, con el paseo del Prado colapsado de manifestantes con batas blancas, logró expulsarla del escaño, ni de la mesa del Consejo de Ministros. Fue ahí, en la Moncloa, donde, hace un mes, Rajoy defendió la labor de Mato en la crisis del ébola, para estupefacción de algunos de los presentes. Contra todo pronóstico, Rajoy decidió mantenerla en el cargo a pesar de la cascada de errores cometidos desde que la enfermera Teresa Romero presentó los primeros síntomas de la enfermedad hasta que el escándalo adquirió tal dimensión  que el propio presidente puso las riendas de la gestión en manos de su número dos, Soraya Sáenz de Santamaría.

El manejo del ébola volvió a poner a Mato en el punto de mira, pero Rajoy la arropó una vez más, convencido de que el torbellino cesaría y se convertiría en un episodio más de los que se apolillan en las hemerotecas de cualquier gobierno. La lealtad al presidente permitió a la ministra sobrevivir todos estos años, pero ayer, el riesgo de dejar a Rajoy a los pies de los caballos pesó más que la fidelidad. Sobrevivió al ébola, a su aspecto de niña bien, al tijeretazo en Sanidad y a sus escasos dotes de comunicación, pero quedó sepultada por el confeti de su vida personal, papeles de colores aparentemente inocuos que se revelaron tóxicos y podían contaminar a un Gobierno asfixiado por su propio avatar.