Geometría variable

Cuando el mar se mueve

JOAN TAPIA

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Artur Mas afronta estos días, con mar movido, su primer debate de política general tras las elecciones anticipadas del 2012 en las que no logró la mayoría absoluta que buscaba, sino que perdió 12 diputados. Pero su hoja de ruta no debe ignorar cuatro incómodas realidades.

Primera. Tras las serias y recientes advertencias de Josep Antoni Duran Lleida, es evidente que no hay una mayoría fuerte (tampoco posibilidad legal) para avanzar rápido hacia una consulta independentista. CDC, ERC y la CUP, sin Unió, no suman los 68 diputados de la mayoría. No digamos ya los dos tercios que el Estatut votado por los catalanes fija para proponer cualquier modificación. Pero este bloque pretende ser hegemónico y está muy activado, logró una gran movilización popular el pasado día 11 y tiene muchos apoyos mediáticos (no solo públicos). Y el president Mas tiene capacidad de maniobra y de enredo (quizás excesiva).

Segunda. En el Parlament hay una mayoría mucho más sólida (más de 100 diputados) -en la que además de los partidos mencionados están también Unió, ICV y el PSC- que está de acuerdo en exigir una consulta que defina o consagre una nueva relación con España. Mas sabe saltar con oficio de la mayoría estrecha (la que pone a Josep Rull y Jordi Turull) a la amplia, pero los saltos continuos pueden minar su credibilidad.

Tercera. Una nueva relación con España que no implicara la secesión, por la que aboga con distintos matices la desarticulada tercera vía (Unió, PSC e Iniciativa), podría recibir grandes y plurales apoyos, pero tiene un gran hándicap: la falta de interlocutor y de respuesta adecuada en España. Sí, Joan Herrera ha hecho los deberes con IU y Pere Navarro ha logrado que el PSOE se comprometa con una reforma federal de la Constitución, paso relevante aunque quizás insuficiente tras el clima creado por la sentencia del Estatut. Pero el Gobierno de Madrid sigue en sus trece, impasible el ademán. Dice no a casi todo.

Cuarta. En los últimos días ha quedado meridianamente claro que una Catalunya independiente tendría serios problemas de incardinación en Europa. El Govern, que lo negaba hasta ayer, ha acabado admitiéndolo, pero Mas se refugia en que siempre estaríamos en el euro. Sí, como Andorra y Montenegro. Sin que nuestros bancos fueran interlocutores del BCE. El inteligente Miquel Puig ha escrito que las multinacionales forzarían la solución de un acuerdo comercial. Sería razonable. Pero esta solución ya admite implícitamente que se generarían incertidumbres que tendrían consecuencias negativas tanto morales (Catalunya no es Andorra) como económicas. ¿No sería, pues, más sensato, más propio de un país de seny, reconocer que muchos matrimonios no se mantienen por amor y buscar un nuevo encaje en España que no desafíe los tratados europeos? Comparar la independencia de Catalunya con la reunificación alemana -el líder de Esquerra, Oriol Junqueras lo hace- es haber perdido todo sentido de la mesura.

Mas quiere navegar por este mar proceloso en el que se adentró con exceso de confianza, insistiendo -con un símil marinero de los que le gustan- en que la nave va y el timón es firme. Y es todavía el político catalán con más respaldo. ¿Tiene también la capacidad de inflexionar el rumbo en función del estado del mar y de la necesidad de llegar a puerto?