LA CRISIS DEL PSOE

El sacrilegio socialista

Los barones han incumplido el primer mandamiento de su propia doctrina: no reconocerás nunca la división interna del partido

González y Sánchez, durante un mitin en Madrid el pasado 24 de junio.

González y Sánchez, durante un mitin en Madrid el pasado 24 de junio. / periodico

JORDI MERCADER

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Los barones socialistas han incumplido el primer mandamiento de su propia doctrina: no reconocerás nunca la división interna del partido. Este miércoles la han formalizado con la dimisión de la mitad de la ejecutiva, rehuyendo la invitación del secretario general a dirimir sus diferencias ante los militantes. La gravedad de la decisión permite intuir la profundidad del abismo existente entre Pedro Sánchez y la mayoría de los dirigentes territoriales. Hasta la fecha, los barones siempre habían resuelto las tensiones, las sorpresas o las desviaciones de algunos de sus líderes en cónclaves secretos y comités federales de acoso orquestado para que el afectado entendiera el mensaje, sin llegar a la sangre de las decisiones formales; en todo caso, a la filtración de algunos detalles hirientes al poco de haber emitido un canto oficial a la unidad.

La obsesión por la unidad y el control de los procesos internos de discrepancias y elección de candidatos han sido las características definitorias de una manera de hacer las cosas, ciertamente eficaz durante décadas, pero algo alejadas de la transparencia y la participación de las bases que ahora se llevan. Este protocolo no escrito se mantuvo en momentos cruciales y difíciles para el buen gobierno del partido.

PASQUAL MARAGALL Y UNAS PALABRAS EN CATALÁN 

En plena negociación del Estatut, Pasqual Maragall tuvo que enfrentarse a la práctica totalidad de los barones dentro y fuera del comité federal por su empeño en defender los derechos históricos de Catalunya. Lo más amable que tuvo que oír fue que todos los presentes tenían un abuelo y que el suyo no iba a ser más que los otros, aunque fuera poeta. Una metáfora, claro de la igualdad de todos los españoles, incluso frente a la historia. Él les respondió con unas palabras en catalán, para tensar algo más la cuerda, sabiendo que siempre quedaría un finísimo hilo al que todos se agarrarían antes de caer en el abismo electoral.

Unos años después, José Luís Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno que soportaba cuatro millones de parados, sorprendió al comité federal al anunciar que no repetiría como candidato. Lo hizo a un mes de las elecciones municipales y autonómicas de 2011, el momento en el que barones y baronesas se juegan su poder. Tan solo le habían reclamado que aclarara su futuro para acallar especulaciones; sin embargo, ZP les dejó plantados, obligándoles a unas primarias para elegir a su sucesor. Y lo primero que dijeron los integrantes del comité fue: hay que evitar dar la sensación de crisis, de división y hay que controlar los nombres de los aspirantes para que el proceso no se desboque y no nos perjudique en las elecciones.

“Este partido tiene inteligencia y cerebro femenino y puede hacer tres cosas a la vez: reformas, afrontar las elecciones y primarias”. Eso dijo entonces Zapatero para agradecer el cierre de filas para afrontar la inesperada circunstancia, creada por sus legítimos intereses personales. Luego vendría Pérez Rubalcaba, a quien poco le tuvieron que insistir para que aceptara su fracaso electoral y abriera las puertas de la renovación a un joven diputado que siempre había accedido al escaño en sustitución de un electo. Sánchez también tiene ambiciones personales, aunque muy maltrechas por los resultados electorales.  Pero el PSOE ya no puede hacer tres cosas a la vez. Y los críticos han decidido apostar por la paz en el frente de Madrid, aunque sea en el rincón de la oposición, ganando tiempo para salvar sus viejos reinos. A cuenta de abrir una crisis interna como no habían vivido desde aquella lejana fecha en la que el joven Felipe les obligó a abandonar el marxismo para convertirse en el señor González y ofrecerles, a todos, unas cuotas de poder inimaginables. En aquel momento tenían un líder, hoy los barones solo se tienen a ellos mismos y han cometido sacrilegio.