EL PULSO SOBERANISTA
La revuelta interior
El hemiciclo del Parlament no exhaló solemnidad ni excitación pese a la trascendencia de las dos sesiones de la jornada
Emma Riverola
Escritora
EMMA RIVEROLA / BARCELONA
La imaginación, siempre tendente al romanticismo, concibe los días históricos como una fiebre contagiosa, un estallido de emociones, una efervescencia que chisporrotea en las calles. Pero ayer, Barcelona despertó imbuida de una terca normalidad. Quizá la historia también precisa de sus rutinas o, tal vez, las revueltas se llevan –o se sufren- por dentro, como los amores clandestinos o los odios inconfesables.
Minutos antes de iniciar el histórico pleno de la "desconexión", tampoco el ambiente en el hemiciclo exhala solemnidad ni excitación, ni siquiera ese esperable cosquilleo del que se prepara para luchar contra gigantes, molinos y el Tribunal Constitucional. Los diputados charlan tranquilamente, comparten sonrisas y algunos saludos hacia una tribuna de invitados que esta mañana se muestra raquítica de personalidades.
Empiezan los discursos. Apenas hay reacciones a las palabras de los oradores. Cada uno aplaude a los suyos, aunque algunos son más generosos. La CUP palmea a Romeva, pero algunos de Junts pel Sí tacañean a Gabriel. Coscubiela genera cierta urticaria en las filas de la CUP. Albiol arranca sonrisas condescendientes entre los independentistas. “¿Dónde está la altura de miras, dónde la decencia?”, pregunta Romeva y una voz del PP replica en voz baja: “¿Dónde está Pujol?” Pero su intervención a deshora es una excepción. No hay interrupciones, no hay estridencias, no hay abucheos. La revuelta transpira a guión ya sabido, a palabras recitadas sin grandes pasiones, a agua de colonia a granel, de aroma liviano y rápida evaporación.
Solo un instante, solo un gesto: “Somos sus hijos y sus nietos, no hable en su nombre”, exige Gabriel al líder del PP que ha mentado a los que vinieron del resto de España a buscarse el pan. Y la representante de la CUP vuelve a su asiento sin desviar la vista de Albiol. Una mirada dura y sin concesiones, quizá la revuelta más auténtica, sentida y real de toda la sesión.
Al fin se vota y se aprueba la resolución. Aplausos en la mitad del hemiciclo. Silencio en la otra mitad. Los diputados del PP enarbolan las banderas españolas y catalanas y consiguen su foto. No hay cantos solemnes ni abrazos desbordados. Algunos puños en alto. La revuelta sigue contenida, aunque la expectación mediática se desborda. El número de acreditaciones ha superado al del pleno en que se prohibieron las corridas de toros, hasta el momento el más concurrido. ¡Olé! Fuera, en la calle, unas 200 personas enarbolan banderas. Un grupo de jubilados por la independencia airean 'estelades'. A unos metros, se elevan una docena de rojigualdas.
A las cinco de la tarde, las banderas han disminuido, los fotógrafos no se agolpan en los laterales del hemiciclo, pero la tribuna luce más personalidades. Artur Mas pronuncia su discurso de investidura. El segundo acto de la escenografía. Promete tanto que no parece haber presidido un Govern que ha hecho tan poco. Promete tanto que quizá no cree que vuelva a ser 'president'. En cualquier caso, se debe a su personaje y acaba su arenga con velas, viento y barcos que buscan el rumbo. La CUP no aplaude. Y baja el telón.
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