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Aulas vacías 8 Algunas de las mesas dispuestas para la votación en el instituto Enric Borràs, en Badalona, ayer.

Aulas vacías 8 Algunas de las mesas dispuestas para la votación en el instituto Enric Borràs, en Badalona, ayer.

MAURICIO BERNAL / BADALONA

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Un punto de votación lánguido tiene el poder de convertir crespones amarillos en unas cosas de papel que cuelgan de los postes, sin más. La fiesta no es aquí, sencillamente, aquí no hay colas para votar y en las mesas los voluntarios matan el tiempo charlando o mirando el móvil, alguno con la mirada puesta en el infinito, acaso preguntándose por qué le tocó aquí, maldita suerte, y no en un sitio de fervor y filas y gritos de arriba Catalunya y viva la independencia. No. Esto es La SalutBadalona, oeste y tirando a la montaña, y en los balcones no hay apenas banderas, en algunas calles ni una, un barrio de inmigrantes de la primera y la segunda generación, gente que se siente española o medio española, gente que tiene otros desvelos, que considera que este asunto tiene poco o no tiene nada que ver con ellos.

Instituto Enric Borràs. Al mando de la situación se encuentra un abuelo de aspecto afable nacido en Málaga, Rafael Ureña, que cuando deletrea su apellido pone cara de deplorar que no se escriba en catalán: «Sí, Ureña, con la eñe española…»; prácticamente un lamento. Otros Ureñas como este y a los crespones les saldrían pies y bailarían sardanas. «Ya nos imaginábamos que tendríamos poco trabajo. ¡Pero bueno, aún es temprano, esperemos!», agrega, todo optimismo a pesar de la evidencia. Dado que es el jefe de todo esto, y que su actitud tiene la obligación de ser contagiosa, durante la mañana lánguida los voluntarios hacen piña en torno a un concepto común, pactado desde el fondo de sus ganas de que todo salga bien: sí, pero. Sí, pero hay que tener en cuenta que hay muchas mesas; sí, pero esperábamos aún menos gente; sí, pero este barrio no participa en nada; sí, pero a dos calles hay otro colegio que también ha abierto.

Y donde todo estaba igual.

El valor de la cola

Se consuelan con las noticias que llegan de todas partes, las buenas, las del fervor y las colas, y a ratos son como el aficionado que se queda fuera del estadio y escucha el estruendo del público cuando grita gol, y se alegra, y salta, y cuando quiere abrazar a alguien se da cuenta de que está solo. Un poco así. La fiesta, en fin, está en otra parte, y para abrazarla hay que mirar en lontananza. «¡En La Sagrera están haciendo colas de 27 minutos para votar!», se escucha, y de inmediato se forma un corro. «¿Cómo?» «¿Dónde?» «Déjanos ver». La fila tiene valor; la espera tiene valor. Ser independentista y tener que votar en este colegio viene a resultar una experiencia agridulce: llegó el gran día, cierto, pero ¿no podría ser todo un poco más cálido? ¿No podría durar un poco más? No: se entra, se vota y se sale en menos de 10 minutos. Para ser un anhelo tan largamente acariciado, a alguno puede parecerle un placer breve: así que esto era el 9-N. «¿Y ahora?» «¿Ahora? Pues no sé. Vamos a desayunar».

Si todo esto tiene el estatus de anomalía, si el Enric Borràs es realmente el sitio llamado a retratar la indiferencia, no es anormal que el primero de la fila haya venido a votar no. El primero. Dentro de la anomalía, normal. Ricardo Aguado, nueve de la mañana, cigarrillo en la boca, cruasán en la mano; no a la secesión. «Por respeto a la gente que ha luchado por este país. Ya está. No soy ningún radical ni ningún extremista, y no lo hago por política. Lo hago por sentimiento». Después, naturalmente, se mezcla todo. Los voluntarios convienen en llamar goteo a todo lo que viene detrás, poco a poco, los votantes que entran y que salen sin llegar nunca a formar tumulto, vecinos de La Salut o de Llefià o de Sistrells cuyo principal denominador es que son vecinos y son autóctonos, gente nacida aquí. Por lo demás, votan sí-sí, votan sí-no o votan no a secas. Hay más de los primeros que de los otros, pero los otros no son una minoría ridícula. Esto es la Salut. Este lugar es termómetro de otras cosas.

No, los extranjeros no vienen por aquí. Mujeres con pañuelo en la cabeza pasan y miran de lejos: probablemente tienen otra definición de lo acuciante. A media mañana, cuatro africanos aparecen por una esquina. Tal vez, ¿por qué no? Serían los primeros. Avanzan, y no por la acera opuesta. Se acercan. Miran, y tienen actitud de… Parece que dan la vuelta, sí, parece que van a entrar. Sí, sí, sí… No. Siguen de largo. Su lucha la tienen en otra parte.