Un cierto olor a segunda disolución

JOAN TAPIA

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Que los gobiernos hagan discursos triunfalistas -aunque sea con poca base- no es ninguna novedad. Pero ayer, en el Parlament, Artur Mas fue mucho más lejos. Catalunya, vino a decir, se está saliendo porque se ha puesto las pilas y el Govern trabaja bien. Siguió una larga lista de realizaciones (pocas) y proyectos y deseos (muchos). Pero, añadió, Catalunya no tiene las herramientas que debería tener (es cierto solo en parte) por culpa del Estado español. Y ahí surgió -de hecho, flotó durante todo el discurso, pero se explicitó sobre todo al final- el independentismo. Los catalanes, sentenció, se han cansado no de España pero sí del Estado español. Una Catalunya independiente sería un gran país, uno de los mas prósperos y justos de Europa (el sueño holandés o nórdico).

Y, puestos a sacar pecho, no retrocedió a la hora de presumir de transparencia y voluntad de profundizar la democracia. Pese a que tras 34 años de autonomía -y no por culpa de España- Catalunya no tiene ley electoral propia porque cualquier modificación del decreto Suárez del 77 (el marco legal de las elecciones catalanas) reduciría algo (tampoco mucho) la representación de CiU.

Mas demostró aquí el aplomo y la decisión de que la realidad no debe estropear el discurso que la realpolitik exige de un político tenaz (y Mas lo es). Aunque vanagloriarse de  transparencia y no citar ni por un momento el caso Pujol -cuando el secretario general de CDC, Oriol Pujol  (medio dimitido ya), tuvo que tirar la toalla definitivamente pocos días antes de la confesión de su padre (el expresident)- es, quizá, confundir la resiliencia con la exigencia de estulticia a la opinión pública y de sumisión a la oposición.

Pero Artur Mas ha centrado la legislatura en la consulta independentista del 9 de noviembre. Y aquí fue algo vaporoso, pero dejó entrever sus intenciones. Convocará la consulta-referendo tras la aprobación, el viernes, de la ley catalana de consultas no referendarias. Proclamó que sería bueno para Catalunya, para España y para Europa que la consulta del 9-N se pudiera celebrar, pero aclaró que no se llevará a término sin plenas «garantías democráticas». Supongo que se refiere a la suspensión por parte del Constitucional. Tiene razón, porque una consulta ilegal sería una aventura deslegitimadora ante Europa. Pero no es esa la opinión de ERC y la ANC, que exigen «poner las urnas». Por eso Mas recurre al eufemismo de las garantías. Y ayer el portavoz de ERC, Lluis Salvadó, en una deslavazada comparecencia, prefirió no enterarse.

Consenso de porcelana

Añadió dos cosas. Que si hay suspensión de la consulta serán los partidos que la apoyan los que por consenso (una porcelana delicada a tratar con suavidad) deberán tomar una decisión conjunta (que ni garantizó ni puede garantizar). Pero si la consulta no se celebra -lo que sería, apuntó, culpa de Madrid- quizá no pueda, como es su voluntad, acabar la legislatura. Incluso dejó flotar la casi inevitabilidad de elecciones anticipadas. ¿Aspira a volver a ganar pese a que disolver dos veces en tres años es admitir un fracaso? ¿Dice lo que piensa y estamos ante el borrador de un testamento político? ¿Quiere culpar a Rajoy si Catalunya pasa a la radicalidad si ERC gana las elecciones? ¿Es una presión a Junqueras -que huye de la lista única pero no quiere ser culpable de romper la unidad soberanista- para que entre en un gobierno que plante cara a Madrid y agite Europa?

No tenía exceso de confianza pero esperaba bastante mas -ahí está la colección de EL PERIÓDICO- cuando hace cuatro años Artur Mas fue elegido. Entonces -pese a que España estaba al borde del rescate que CiU ayudó a evitar-, a la sentencia del Estatut y a que el tripartito era culpable de todo, Catalunya no iba bien pero el riesgo de desestabilización era menor.