DEBATE DE INVESTIDURA

Abrasados en cal viva

La alusión de Iglesias a los GAL incendió un debate que fue más breve de lo previsto y en el que se oyó hablar catalán más que nunca

Pablo Iglesias se aregla la coleta mientras escucha el discurso de Sánchez.

Pablo Iglesias se aregla la coleta mientras escucha el discurso de Sánchez. / periodico

JUAN FERNÁNDEZ / MADRID

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La liturgia parlamentaria incluye una puesta en escena en la que los guiños cuentan tanto como los argumentos. En esa capa dramática del debate, rechazar el cruce de miradas con el orador cunde lo mismo que ponerle caritas y aplaudir con fervor al líder cotiza tanto como patalear al adversario. A todo esto, Pablo Iglesias lo llamó ayer “el teatro de la vieja política”.

El líder de Podemos, que había reservado su camisa blanca para el día de su debut en el Congreso, se quejaba así de la decisión de Pedro Sánchez de no mirarle a los ojos mientras le hablaba desde el estrado. Por más que trataba de agarrarle de la solapa llamándole por su nombre -“¡Señor Sánchez, señor Sánchez!," le decía una y otra vez-el candidato mantenía la cabeza agachada en el escritorio sin devolverle la mirada, postura que no adoptó con ningún otro orador de la jornada.

Lo cierto es que Iglesias se quejaba de vicio, pues pocos dominan mejor que él las artes de la dramaturgia, como demostró con sus guiños –subió a la tribuna saludando en las cuatro lenguas oficiales del Estado-, sus citas –en su discurso llegó a juntar a Millán Astray con Manu Chao- y sus gestos: de tan forzado, su beso a Xavier Domènech pareció todo menos espontáneo.

Ocultaba Iglesias en su queja que pellizcar la fibra sensible del adversario hasta sacarle de sus casillas también forma parte del teatro parlamentario, del viejo y del nuevo, y ni siquiera él se resistió a usar esa arma. Su alusión  “al pasado manchado de cal vivaenfureció a la bancada socialista, que protestó airadamente con gritos de “¡Fuera, fuera!”.  En pleno momento de crispación, hasta el presidente de la Cámara, que acabó arrepintiéndose de la manga ancha que tuvo con las réplicas, terminó tuteando a Pablo para convenirlo al orden.

 El rifirrafe de la cal abrasó por unos instantes un debate que duró menos de lo previsto y en el que, salvo ese lance, hubo más guantes blancos que zancadillas. Y eso que comenzó con los populares con ganas de guerra. El largo aplauso que dedicaron a Rajoy a su llegada sonó a palmada en la espalda justo cuando su figura empieza a girar al sepia y anunciaba una bronca que luego no se produjo. Según pasaban las horas, la bancada popular se desdibujaba, mientras el resto de la Cámara se citaba para seguir hablando la próxima semana.

Villalobos y el móvil

Probablemente, ayer fue el día que más tiempo ha sonado el catalán en el Congreso. Lo habló Domènech en su despedida -advertencia mediante de Celia Villalobos al presidente de la Cámara para que se lo recriminara-, y se extendió más Albert Rivera, cuya alocución pilló a la vicepresidenta del Congreso trasteando en el móvil. Tan pronto reparó en el detalle, se lo advirtió a Patxi López, quien le hizo saber con gestos que tampoco el delito era para tanto.

Hubo abucheos, muchos, pero tampoco faltaron las carcajadas, como las que Rajoy arrancó de la mitad izquierda del Hemiciclo cuando se resistió a llamar a su partido “de derechas”. Y hubo mímica, mucha, desde los escaños –Rivera llamó caradura a Iglesias dándose cachetadas en el rostro y este hizo lo mismo con Sánchez en otro lance del debate-. Nada que no forme parte de la eterna liturgia del parlamentarismo.