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"El gobierno de Barcelona se declara feminista"

La alcaldesa ha vuelto de Bogotá consciente de ser un referente para otras líderes municipales

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POR Núria navarro

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Ada Colau ha vuelto de la cumbre mundial de líderes locales y regionales de Bogotá con la sensación de tener más responsabilidad que a la ida. No solo por su recién anunciado embarazo. También porque ha constatado que otros alcaldes del globo la observan con lupa. Es la primera mujer alcaldesa de Barcelona, la primera de origen popular y la primera con una trayectoria de activista sobre el espinazo ("desde el primer día he oído que es fácil quejarse y difícil gobernar", no olvida). La feminización de la política ya no suena a excentricidad suya, sino a valor exportable.

El 'copyright' de 'feminizar la política' es suyo. No creo en este tipo de 'copyrights'. Yo empecé a utilizar el concepto de manera natural en la PAH, una de las experiencias de empoderamiento ciudadano más importantes de nuestro siglo, protagonizada básicamente por mujeres.

¿En qué consiste exactamente? Es una anomalía democrática que las mujeres –la mitad de la población– no estemos presentes en los principales puestos de decisión política, económica y mediática. No deja de ser sorprendente que yo sea la primera alcaldesa de una ciudad como Barcelona, moderna, cosmopolita, innovadora, con una larga tradición de movimientos sociales. Las mujeres estamos sobrerepresentadas en el ámbito doméstico y en el de los cuidados e infrarepresentadas en los lugares de decisión. Y eso corresponde a una sociedad que, aún siendo formalmente democrática, es machista y patriarcal. Situar sobre la mesa este tema no resuelto es una tarea colectiva urgente. Pero hay un sentido más profundo de 'feminizar la política'.

Usted dirá. Estamos en un momento de cambio, en el que la ciudadanía está pidiendo políticas con más proximidad, más radicalidad democrática, más cooperación y menos competición, que sitúen la vida de las personas en el centro de la agenda. Y eso es bueno no solo para las mujeres, sino que cada vez hay más hombres que se apuntan.

¿Y el ciudadano en qué lo nota? No solo en que soy la primera mujer alcaldesa de la ciudad, que simbólicamente es muy importante. También porque somos el primer gobierno municipal que se declara feminista. Hemos creado una concejalía de Feminismos y LGTBI, y eso se ha trasladado a una serie de políticas donde el género es una prioridad. Hemos hecho un plan de justicia de género, la campaña contra las violencias machistas, se ha constituido un grupo de trabajo transversal para que, por ejemplo, los presupuestos se hagan con visión de género y se tenga en cuenta la conciliación.

¿Las alcaldesas con las que ha hablado en Bogotá están en su sintonía? Quiero aclarar que por el hecho de ser mujeres no somos mejores, ni infalibles. Somos diversas y tenemos que reivindicar nuestra diversidad. Yo no tengo nada que ver con Margareth Thatcher ni con Esperanza Aguirre. Pero, de forma mayoritaria, en una sociedad machista y patriarcal, donde se nos exige más para llegar a según qué puestos, nos relacionamos con el poder de manera diferente. De eso hemos hablado mucho con Anne Hidalgo, la primera alcaldesa de París. Yo creo que la coincidencia de feminismo y municipalismo no es casual.

¿Ellos les han pasado la patata caliente? [Ríe] Quiero pensar que, al menos en mi caso, en un momento de crisis, donde muchas cosas están en cuestión –el modelo económico, las maneras de hacer política, la demanda de mayor participación–, las mujeres, por experiencia de vida, resultamos más próximas, y el municipio es el lugar por excelencia para experimentar.

¿Muchas zancadillas por el camino? Las peores zancadillas son las que no se viven como zancadillas. Son situaciones normalizadas. Si el terrorismo tuviera el mismo nivel de asesinatos que la violencia machista estaríamos en un país militarizado. Y en cambio, siendo la violencia estructural más grave, no tenemos instituciones movilizadas. Humildemente, desde los ayuntamientos lo estamos intentando cambiar.

Le preguntaba por las personales. No solo soy mujer, sino que no vengo de ninguna familia acostumbrada al poder. Nadie me conocía ni de almuerzos ni de cenas habituales. Así que notas a mucha gente incómoda, que no sabe muy bien cómo relacionarse conmigo. Eso es muy sano democráticamente, porque obliga a revisar los códigos de relación. Y cada vez que he recibido un ataque zafio –el del académico de la RAE o el del edil del PP de Palafolls, que me han dicho "verdulera", "pescadera" o que "debería de estar fregando suelos"– he recibido infinitas muestras de apoyo. En mi experiencia de activismo en la PAH he visto auténticas heroínas tirar adelante sin ningún respaldo. Yo recibo más solidaridad que miles y miles de mujeres anónimas, absolutamente expuestas en su día a día. Yo me siento fuerte y con un gobierno que tiene las ideas muy claras.

¿Alguna conquista deseada antes de soltar el bastón? Demostrar, efectivamente, que se puede poner la vida en el centro de la política. No tenemos responsabilidad de ser prefectos y de arreglarlo todo –sería imposible pretenderlo con competencias y presupuestos limitados–, pero sí de demostrar que hay esperanza. La peor derrota sería que el modelo neoliberal siguiera convenciéndonos de que el hombre es un lobo para el hombre, de que si hay que pisar al de al lado, se pisa.

¿Lo conseguirá? Lo conseguiremos.