La situación de la banda

La serpiente sin cabeza

MAYKA NAVARRO
MADRID

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Fue su amigo Pepe Blanco quien le regaló dentro de una preciosa caja de madera que hasta hace poco guardaba vacía en su despacho los dos habanos Cohibas especiales que Alfredo Pérez Rubalcaba se fumó con infinito placer tras las detenciones de Javier López Peña, Thierry, y Garikoitz Aspiazu, Txeroki. Con Mikel Kabikoitz Carrera, Ata, echó mano de su arsenal de puros, comprados y regalados, consciente el ministro de Interior de que disfrutaba del último gran habano dedicado a un gran general de ETA. El último gran general.

¿Quién manda hoy en la banda? Siendo honestos, la verdad es que nadie, ni el mismísimo Rubalcaba, lo sabe. La caída de Ata el pasado mayo en Bayona junto a su lugarteniente, Arkaitz Agirregabiria, dejó a la organización noqueada y hundida en el mayor de los desconciertos. De manera provisional, como si se tratara de una jefatura en funciones, asumieron la dirección dos mujeres, Izaskun Lesaka y Iratxe Sorzabal. A la primera, algunas fuentes le atribuyen el liderazgo del aparato militar de ETA. Y a la segunda la sitúan al frente del aparato político y le otorgan la responsabilidad de haber redactado y leído el último texto de la banda.

Estructura cerrada

Hay analistas que, sin embargo, descartan que la actual ETA pueda permitirse el lujo de mantener la estructura a la que nos ha tenido acostumbrados en el último año con tres aparatos, el militar, el político y el logístico, diferenciados y autónomos. Para algunos especialistas de la lucha antiterrorista, la ETA de hoy tiene una estructura cerrada de supervivencia en la que los movimientos y las comunicaciones son mínimas por una cuestión de seguridad, y en donde los comandos han llegado a estar aislados, sin instrucciones, sin cobertura y sin contactos con la jefatura por temor a las detenciones.

Así, hay quienes no descartan que, en estos momentos, una misma persona esté al frente de los aparatos político y militar. ¿Quién? Es la X de ETA, a la que los servicios de información intentan poner nombre, y del que se sabe que es un hombre mayor, un veterano, porque en algunas comunicaciones intervenidas los interlocutores se refieren a él como «el Viejo».

Lo que parece claro es que no se trata ni de Lesaka ni de Sorzabal. Ambas carecen de autoridad y trayectoria, pero formaban parte de la guardia pretoriana de Txeroki y de Ata, antes de que estos fueran detenidos. Y como ellos, las dos se inclinan por la vigencia de la lucha armada, en ese pulso interno que, en cualquier momento, podría conducir a una escisión.

Revueltos y enfrentados

Junto a las mujeres aparecen los nombres de Mikel Oroz, al que los que defienden la vieja estructura sitúan a la cabeza del aparato logístico, y David Pla, en el político. Otros etarras, como José Luis Eciolaza Galán, Dienteputo, y el veterano Juan Cruz Maiztegi Bengoa, Pastor, formarían parte de este frente de mando revuelto y enfrentado.

Y en medio de este patio mal avenido, ¿qué se ha hecho de Josu Ternera? José Antonio Urrutikoetxea, el negociador de la última tregua, vive escondido en alguna pequeña localidad de los alpes italianos y sufre una grave enfermedad que le ha apartado de la actividad. En cualquier caso, fuentes de la lucha antiterrorista sostienen que el veterano líder de ETA podría, incluso, haber sido expulsado, junto a su hijo, Egoitz, tras defender abiertamente una posición de abandono total de las armas. Una expulsión que podría haber formalizado Ata, según las mismas fuentes.

En cualquier caso, no hay que menospreciar la capacidad de ETA de volver a matar. Queda por descifrar quiénes fueron los autores materiales de los tres últimos muertos de la banda en España, el inspector de policía Eduardo Puelles, y los guardias civiles Carlos Sáenz de Tejada y Diego Salvà.

Para algunos analistas, estos serán los últimos muertos de la ETA clásica que conocemos, que nació hace más de medio siglo y que ha dejado un rastro de 829 cadáveres. Lo que pase a partir de ahora, aunque mantenga las siglas, distará mucho de la organización que ha sembrado el terror y que engañó a los diferentes gobiernos de turno y perdió la oportunidad de rubricar un final con foto.

Ahora, ETA morirá con el tiempo de inanición, asfixiada y con todos sus miembros entre rejas. No hay otra opción para el Gobierno. No habrá una imagen para el recuerdo, ni una fecha en los libros de historia que diga que, ese día, ETA dijo adiós a las armas.