Al contrataque

El euro no basta

Pepa Bueno

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Hubo un tiempo en el que de Europa solamente llegaban buenas noticias. Cuesta hoy contarles a los más jóvenes el orgullo compartido por la sensación de pertenencia a un conjunto de países donde el Estado del bienestar era una referencia mundial, donde la democracia era aburrida a base de práctica. Nosotros, que veníamos de años de ignominia. Un tiempo en el que quienes procedíamos de territorios por donde el progreso había pasado de lejos, como Extremadura, divisar un cartel con una bandera azul cuajada de estrellas significaba que allí donde había una carretera intransitable habría en breve una vía decente que conectaría, pensábamos llenos de esperanza, aquella tierra con el desarrollo. No hace tanto tiempo, apenas dos décadas, pero parece otro mundo. Lo era seguramente. Entonces, quiénes o cómo se tomaban las decisiones parecía irrelevante.

Bruselas somos todos

Esta semana la cadena SER decidió emitirHoy por hoydesde la Comisión Europea con motivo del último Consejo Europeo del año. ¡Bingo! El viaje coincide con el acuerdo para crear el supervisor único, germen de la futura unión bancaria. Llegamos impregnados del estado de ánimo que desde hace tiempo provoca Bruselas: escepticismo, distancia y el músculo bien entrenado de recibir de Europa solamente malas noticias o noticias a medias. Austeridad, ayudas y contrapartidas, recortes y fiscalización, desconfianza y parálisis, desconcierto y falta de liderazgo, o liderazgo único alemán más claro y visible que nunca ahora. De hecho, durante las primeras horas tras alcanzarse al acuerdo se subraya obsesivamente la victoria alemana con el triunfo de sus tesis sobre los plazos y los objetivos. Pero allí, quienes trabajan día a día muñendo los acuerdos, puliendo los textos hasta conseguir que todos los países puedan firmarlos, están sin embargo eufóricos porque hace solo unos meses daban por imposible el acuerdo, pequeño, asimétrico, pero acuerdo al fin, un paso más en la construcción económica. Europa, insisten, siempre ha avanzado así, y vuelvo a escuchar la vieja melodía de que Bruselas no existe, de que Bruselas somos todos los estados miembros.

Pero sucede que nunca como ahora ha estado tan claro el imperio de los intereses económicos, la prioridad absoluta de los números sobre los ciudadanos, la tiranía de los balances sobre el sufrimiento de los pueblos. Y urge dotar de credibilidad política y legitimidad democrática a decisiones que afectan a la vida de millones de personas. Los ciudadanos tienen que sentirse verdaderamente representados en el corazón de la toma de decisiones. Y no sirve el argumento de que el jefe de Gobierno de cada país miembro ha sido elegido democráticamente si luego tiene que plegar su voluntad a un liderazgo del que sus ciudadanos no se sienten partícipes. Avanzar más tiempo solamente en la unión económica puede salvar el euro, pero no salvará a Europa.