Al contrataque

Una reflexión

Un mitin de Artur Mas durante la campaña electoral

Un mitin de Artur Mas durante la campaña electoral / periodico

PEPA BUENO

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Seguramente la mejor escenificación del hecho diferencial catalán ha sido esta campaña electoral en la que las alternativas de los partidos al paro, los recortes en educación o sanidad, los abusos bancarios o los desahucios no han conseguido imponerse en los titulares al debate sobre la relación de Catalunya con España. Como si la resolución de este asunto histórico tuviera un efecto inmediato sobre la vida real de las personas que lo están pasando mal.

¿Por qué ahora, cuando hay tantos problemas básicos que resolver, lo identitario se convierte en la cuestión central? Sería absurdo pensar que se llega a esto solamente por una maquiavélica estrategia de los nacionalistas catalanes para desviar la atención sobre su gestión de la crisis y esquivar las críticas, que las hay.

Es evidente que en Catalunya existe un sentimiento de hartazgo ante la crítica permanente a su voluntad de utilizar y cuidar su lengua y su cultura, y frente al menosprecio de lo que representa esta comunidad en España y su contribución al desarrollo común. Pero también porque la ciudadanía catalana ha recibido durante mucho tiempo un relato insolidario y sesgado de lo que significaba y a qué se destinaba esa contribución. Un relato parecido al que desde el norte de Italia esgrimen algunos frente al sur, o desde el corazón de Alemania respecto del resto de Europa. La solidaridad -que no es entre regiones o estados, sino entre personas- ayuda a crecer en armonía, que es la única manera razonable y viable de crecer en el mundo democrático del siglo XXI. Y ese relato ha tenido enfrente otro, en sentido contrario, que ha caricaturizado la voracidad de los políticos catalanes respecto de los Presupuestos del Estado, el abuso del papel de bisagra o el gasto en materias discutibles. Todos ayudando al entendimiento...

Estrategias ventajistas

Y a esto hay que sumar la utilización de un marco legal -por definición, cambiable- como dique de contención frente a cualquier aspiración (y el Estatut no es una aspiración menor). Sobre los dos relatos, algunos han construido estrategias ventajistas. Esa política, en vez de buscar puntos de encuentro, racionalidad y soluciones, obliga a elegir entre posiciones extremas y excluyentes. Agranda los agravios o los niega. Una dinámica dramática para mucha gente en Catalunya y para mucha otra fuera de ella, perpleja ante cómo nos debilitamos en un tiempo en el que tan necesarias son las fortalezas.

El debate de Catalunya no se puede separar del debate europeo. Europa se juega su supervivencia en un mundo muy competitivo y muy difícil. Solo lo conseguirá si demuestra que es un espacio para vivir en libertad, con derechos y valores, y capaz de funcionar económicamente. Si se convierte en una amalgama de territorios poco cohesionados y cada uno en defensa de su pequeño interés, Europa no tendrá futuro, a España le irá mal y a Catalunya también.

La solución no cabe en un tuiteo. Las alternativas razonables son costosas de definir y necesitan mucha explicación. Pero quizá valga la pena intentarlo.