Al contrataque
Cemento bajo los adoquines
Pepa Bueno
Periodista
Directora y presentadora del programa 'Hoy por hoy' de la Cadena SER. Me licencié en Periodismo en la Universidad Complutense pero me gradué en la profesión primero en la radio pública, RNE, y después en la tele pública, TVE. Y procuré y procuro que el 'oficio' no me desconecte de la vida para mantener los ojos y los oídos bien abiertos y orientados a la tramoya del poder pero también a la calle.
PEPA BUENO
La generación del 68, hija de la abundancia y el optimismo, buscó la arena de la playa bajo los adoquines de las calles. Y estoy segura de que sus herederos directos, los hijos, padres y abuelos de esta segunda década del siglo XXI, estarían encantados también de buscar sueños bajo el asfalto. Pero tienen que conformarse con reclamar que no les toquen mucho la pensión, el complemento salarial o las tasas universitarias. Eso, los afortunados. Otros piden, simplemente, que el próximo lunes la cola del paro no sea muy larga, que llega el invierno y hace frío.
La inmensa mayoría de los ciudadanos están soportando con una enorme prudencia más de cuatro años de crisis, muchos palos de ciego de todos los gobiernos, y una pérdida constante y sucesiva de poder adquisitivo. Han votado cuando se los ha convocado a las urnas, han hecho cuentas para adaptar su vida a los recortes salariales, al copago de servicios públicos y a la subida del IVA. Y ven cómo sus hijos se enfrentan al dilema de emigrar o desesperarse. Ni siquiera han hecho huelga masivamente ni grandes movilizaciones. No por falta de ganas y motivos, sino porque probablemente hay más miedo y desconcierto que rabia y poca fe en mover la realidad.
Calles llenas de ciudadanos
Por eso el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, debería ser mucho más cuidadoso a la hora de hablar del malestar social y de los manifestantes. En apenas dos semanas hemos visto las calles llenas de ciudadanos en al menos tres ocasiones. Dos por razones inequívocamente económicas -la marcha de la cumbre social en Madrid y la protesta Rodea el Congreso de esta semana-, y otra de carácter más político, la Diada en Barcelona. Y a estas alturas el Gobierno no puede despachar esa realidad ninguneándola, confundiendo lo que pedían los catalanes el día 11 en la calle con los intereses partidistas de Artur Mas o sobreactuando la respuesta policial para contener a 6.000 personas en la madrileña plaza de Neptuno. Hasta la Audiencia Nacional ha enmendando la plana al ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, empeñado en imputar por delito contra las instituciones del Estado a los detenidos el 25-S. El juez Santiago Pedraz ha dicho que no hay caso.
Cierto que la dificultad para señalar a los responsables últimos de esta crisis tremenda coloca en la diana de manera injusta a todos los políticos. Protestas como Rodea el Congreso provocan desasosiego y obligan a recordar que sin política no hay democracia. Pero es que desorientados estamos todos. También los ciudadanos que buscan un cauce para expresar su acuerdo, su desacuerdo o su enfado entre cita electoral y cita electoral. Y dejando al margen, por supuesto, los comportamientos violentos, no vamos a exigirles a los ciudadanos más finura y más tino que a los dirigentes mundiales que llevan casi cinco años buscando la manera de sacarnos de esta y no dan con la tecla.
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