La difícil conciliación familiar

¿Y si parimos los dos?

Los hijos son concebidos por hombres y mujeres, pero en el mundo laboral solo parecen concernir a ellas

EMMA RIVEROLA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

«La renuncia a la baja (por maternidad) por parte de mujeres poderosas que son ejemplo y referente es un flaco favor al resto de madres», afirmaba Najat el Hamchi en esta misma sección la semana pasada. En su artículo advertía de las consecuencias negativas que tienen decisiones como la de Susana Díaz de partirse la baja maternal con su marido. Opinar sobre cuestiones en las que confluyen emociones, instintos y argumentos no es terreno fácil. A menudo, se tropieza con una piedra que se había despreciado o un arbusto inofensivo se torna un zarzal insalvable. Reconozco que no tengo una opinión tan clara como la de Najat. Y sí, los genes están ahí, pero también la desigualdad laboral y los roles machistas enquistados en la sociedad, tanto en hombres como en mujeres.

¿Es posible que exista igualdad entre sexos si el cuidado de los hijos recae básicamente en las mujeres? ¿Hasta qué punto la baja paternal no es la única baza para conseguir revertir de modo definitivo la situación? Juguemos a imaginar. Supongamos que tanto el padre como la madre fueran obligados a tomarse unos meses de baja por el nacimiento del niño. Primero, la madre, por razones físicas obvias. Después, el padre. Sigamos imaginando. Una entrevista de trabajo. Dos candidatos. Una mujer y un hombre. Ambos de 30 años, sin hijos. Currículos idénticos. En esta situación, ¿cuántas mujeres se han enfrentado a preguntas, más o menos veladas, con las que se trataba de descubrir su voluntad de tener hijos? En el mundo real, los hijos son concebidos por hombres y mujeres. En el laboral, solo parecen concernir a las madres. Un parto representa 16 semanas (poco, muy poco) de baja para la mujer y años de dificultades. Sigamos imaginando. Si la baja al tener un hijo fuera obligatoria para hombres y mujeres, desaparecerían las preguntas disimuladas (o no tanto) en las entrevistas. Tanto daría contratar a personas de uno u otro sexo. No sería un hándicap para nadie, sería algo plenamente aceptado. Pero, hay más.

EL COMPROMISO DE LOS HOMBRES

Hasta ahora, reconozcámoslo, la palabra conciliación es básicamente femenina. En una amplia mayoría son las mujeres las que reclaman o suspiran por una jornada más flexible o, simplemente, sin pérdidas de tiempo enervantes. Pero si la responsabilidad de la crianza fuera realmente compartida, es muy probable que el compromiso del hombre con el cuidado del niño se extendiera más allá de la baja paternal. Ambos reclamarían horarios más racionales y respetuosos con la vida familiar. Una demanda que no penalizaría ni sueldos ni proyección laboral de ninguno de los dos.

¿Qué repercusiones tendría ese cambio en los hogares? Evidentemente, grandes momentos de alegría, agotamiento y preocupación protagonizados por hombres. Y cierto cambio en el lenguaje, que nunca es inocente. Por ejemplo, ellos no ayudarían, sino que se responsabilizarían. Incluso se acabaría esos «quítate, que me estás poniendo nerviosa, tampoco es tan difícil…». Realmente, nada de lo que suele hacer una madre para el cuidado de sus hijos es tan difícil. Parir no nos ilumina para interpretar el llanto de un bebé. Simplemente, hacemos. Y aprendemos. Pero es necesaria la práctica. ¿Hasta qué punto no somos nosotras mismas, las madres, las que desterramos a los hombres del cuidado del bebé? Es cierto que ese es un dominio que, al menos, nadie quiere discutirnos pero, ¿no estamos perpetuando nuestras cadenas al no querer compartir sus ataduras? En ese hogar imaginario, donde tanto el padre como la madre se han responsabilizado de los niños, también la mirada de los pequeños ha cambiado. Papá hace la papilla de frutas tan buena –o tan mala– como mamá. Ambos les bañan, les llevan al parque… Les enseñan que no hay roles definidos que ellos, los niños, vayan a heredar. Cuando jueguen a papás y a mamás, los dos hablarán de las reuniones y ambos podrán acunar a un bebé.

En ese mundo imaginario, las guarderías públicas suponen una red básica de apoyo. En ningún momento, ninguna familia hace números y llega a la conclusión de que, por su salario, sale más a cuenta que la mujer se quede en casa. Este mundo imaginario se parece bastante al que Suecia ha ido construyendo desde que en 1994 el Gobierno comenzó a conceder un mes de permiso parental que no podía traspasarse a la madre y que obligaba al padre a quedarse con los hijos. Pero aún queda mucho terreno por conquistar. Aún es una mayoría femenina la que completa los 480 días –¡480!– de permiso sueco. Es posible que en esta fantasía haya ignorado algunas piedras –o algunos genes– que añaden dificultades, pero, aunque solo fuera por reivindicarnos en la igualdad, estaría bien presionar a los hombres poderosos a tomarse su baja de paternidad.