Peccata minuta

Vueling, que es gerundio

JOAN OLLÉ

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Nos enseña el diccionario que el gerundio es una conjugación del verbo que demuestra una acción no definida por el tiempo, el modo, el número ni la persona. Es decir: volando, pero no sabemos cuándo ni cómo ni cuántos ni quiénes.

Como la religión, la aviación civil es materia celestial, territorio donde impera la fe sobre la verdad. Mil veces hemos soportado estoicamente grandes retrasos en nuestros vuelos por «causas técnicas», y, acojonados de que se nos caiga el avión por culpa de un tornillo flojo, nos resignamos: más vale tarde que nunca. O por presunta mala meteorología o exceso de tráfico aéreo. Mi amiga azafata opina que somos más tontos que inocentes.

¿Cómo, en pleno siglo XXI, once décadas después del primer vuelo de los hermanos Wright, puede un pasajero quedarse en tierra porque se hayan vendido más billetes que asientos disponibles, con plena impunidad de la compañía? Sería bueno que, tomando ejemplo del AVE, las compañías aéreas devolviesen al instante parte o la totalidad del dinero -e incluso más- por incumplimiento de contrato cuando lleguemos a destino a la hora de la cena habiendo quedado para almorzar. La frecuente pérdida de maletas no depende de asuntos celestes ni tornillos flojos; solo de una falta de profesionalidad alarmante y de una completa falta de imaginación sobre los efectos que esta negligencia pueda causar en el cliente, que tiene todo el derecho del mundo a dormir en pijama y no en calzoncillos o a tomarse su necesaria medicación sin tener que recorrer a la infrecuente comprensión de una farmacia de guardia.

No es extraño que al viajero, que ha acabado pagando religiosamente el doble de lo que le anunciaba la primera pantalla de su ordenador (tontos, no inocentes) y al que ahora explican por megafonía que el retraso de seis horas en su vuelo es debido a «motivos operacionales», le entren ganas de llorar de impotencia, pero allí no hay ningún responsable: están en el cielo de sus despachos y sus grandes beneficios y solo dan la cara cuando perciben que el nombre de su empresa puede quedar grabado en lo peor del imaginario colectivo, como Bankia, por ejemplo.

UN FRUSTRADO VUELO A MOSCÚ

PS. - El 31 de enero del 2013 embarqué mi equipaje con destino a Moscú, y cuando ya había desaparecido, absorbido por las cintas de transporte, me di cuenta (tonto, no inocente) de que había olvidado en casa mi visado ruso, lo que me impedía volar. La empleada del mostrador me apremió a correr hasta un muy lejano departamento de equipajes donde recuperar el mío. Pero no, ya estaba en el vientre del avión, que despegó sin su dueño (¿no está tajantísimamente prohibido?). Mi maleta y sus objetos jamás volvieron a mí, ni Vueling aceptó compensar su 'chapuzing'. Cosas del cielo.