Votar contra la democracia

Cada nueva ofensiva del Estado contra Catalunya da como resultado un aumento de los ciudadanos que votarían 'sí' en un referéndum

MARINA LLANSANA

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Corre una máxima entre el soberanismo de base que dice 'España nunca nos falla', y que ha pasado de ser una ocurrencia a una certeza; siempre se cumple. Desde aquella sentencia del Tribunal Constitucional (TC) en el 2010 contra el Estatut que fue el inicio de las grandes movilizaciones hasta la fecha, las instituciones españolas y su juego sucio han sido motor de conversiones masivas al independentismo.Un caso sin precedentes de miopía política, que hace que cada nueva ofensiva del Estado contra Catalunya dé como resultado un aumento en las encuestas de los ciudadanos que votarían 'sí' en un referéndum tal como demuestra el último barómetro del CEO, realizado coincidiendo con la filtración de las conversaciones sobre el destrozo del sistema sanitario y otras barbaridades del ministro Fernández-Díaz y el exdirector de la oficina Antifrau.

Los que se apuntan ahora al 'sí' en el 'procés' no se adhieren a un proyecto independentista sino a un proyecto democrático; no se sienten cómodos en un Estado que no les escucha, que no les deja votar. Al fin y al cabo, los nuevos estados que se crearon en Europa en los años 90 fueron fruto de movimientos sociales amplios que reclamaban más democracia, no más independencia. Solo al ver que sus demandas democráticas no tenían respuesta, estas se convertían soberanistas. Y esto es clave para entender hasta qué punto la actitud de los Estados puede provocar su propia fragmentación.

Precisamente en este debate sobre la democracia se enmarca el pleno del Parlament de ayer. El auto del TC para impedir que se debatieran las conclusiones de la Comissió d’Estudi del Procés Constituent llevó PP y C 's a votar en contra de debatir, votar en contra de votar, lo que resulta grotesco en un 'parlamento' donde, principalmente, se debate y se vota.

No sorprende el auto del Tribunal Constitucional, en la línea de todas las sentencias que ha ido aprobando en los últimos años contra Catalunya. Tampoco sorprende el intento de bloqueo del PP y Ciudadanos, ni siquiera la abstención del PSC, convertidos los tres, desde hace tiempo, en simples delegaciones territoriales de partidos con sede -e intereses- en Madrid, y menos después de que el pasado noviembre el frente común de Iceta, Arrimadas y García-Albiol ya hubiera protagonizado un recurso conjunto al TC contra el Parlament. Solo sorprende que no se den cuenta de que tratar de frenar la democracia hoy, con el ejemplo de Escocia aún tan reciente, les supone un coste también en términos electorales.

En e Pleno de ayer, Junts pel Sí y la CUP fueron hábiles actuando en bloque, disipando incertidumbres, reforzando la estrategia del 9-N y, sobre todo, cumpliendo el programa electoral que les dio la mayoría absoluta el 27 de septiembre. Entre obedecer al TC o acatar el mandato de las urnas eligieron las urnas sin vacilaciones ni matices. Y esto los refuerza cara un 11-S que habría podido ser catalizador de inquietudes soberanistas contra sus propios partidos.

Ahora hace falta que resuelvan con la misma unidad y contundencia la cuestión de confianza al 'president' Puigdemont prevista para el 28 de septiembre, y entonces sí podrá comenzar de verdad el proceso constituyente que, a pesar de la aprobación de las conclusiones, está ahora en manos de una sociedad civil que quiere asegurarse que habrá gobierno y legislatura tras el 28-S, porque no hay nada más pesado que hacer un debate constituyente en un contexto político lleno de incertidumbres, por mucho que la torpe España atascada en la era predemocrática lo haga siempre todo más fácil.