Dos miradas
Vómito ultra
Las acciones de la ultraderecha solo les representan a ellos. A su ignorancia y a su odio. Alimentarnos de su vómito solo puede hacernos peores
Ultras atacando la sede de Catalunya Ràdio, agresiones a periodistas o a vehículos de medios afines al procés, ciudadanos heridos, políticos independentistas insultados en la entrada de la Audiencia Nacional… Y todas esas imágenes aderezadas con vivas a España (más esputo que grito) y la rojigualda como enseña. Hemos visto esos vídeos en los medios. Y los hemos vuelto a ver, una y otra vez, expuestos en las redes, enviados por grupos de WhatsApp, compartidos por algunos independentistas que creen encontrar en esas imágenes más razones para su credo. Pero en ninguna de esas escenas hay un solo argumento, tan solo la multiplicación (y perversión) de una emoción hasta convertirla en agresión.
El despertar de la ultraderecha es una realidad. Ya hace años que patalea por Europa y, ahora, se pasea por España. Pero las banderas que enarbola no le pertenecen. Ni su grito la convierte en embajadora de su país. Tan solo es el fracaso de la política y un ultraje a la dignidad de todos.
Negarse a ver las imágenes del salvajismo, de la ruindad, no las hace desaparecer. Pero verlas hasta la saciedad tampoco las multiplica. Los ultras, fanáticos, sectarios o como queramos llamarlos son una minúscula proporción de la población. De ningún modo pueden extrapolarse a la mayoría de los ciudadanos. Sus acciones solo les representan a ellos. A su ignorancia y a su odio. Alimentarnos de su vómito solo puede hacernos peores.
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