El atentado más mortífero de ETA
Volver a Hipercor: memoria y resiliencia
Sonia Herrera
Doctora en Comunicación Audiovisual y Publicidad y activista feminista.
SONIA HERRERA
Hace unos días fui con mi pareja a ver la exposición 'La ferida d'Hipercor. Barcelona 1987', comisariada por Francesc Valls. Estábamos solos en el Espai Zero de la Fabra i Coats. Fuera, una fila cuasi infinita de gente esperaba para entrar en la Fábrica de los Reyes Magos. ¡Qué contraste! Afuera: risas, ilusión, pura vida… Dentro: el recuerdo del atentado más mortífero de la historia de ETA y la negligencia de las instituciones prolongada durante tres décadas.
Yo solo tenía 3 años cuando sucedió el atentado, pero esta herida siempre ha estado presente en el barrio. Mi madre perdió en Hipercor a una compañera de trabajo, Matilde Martínez Domínguez. Aquel día habían estado juntas y, al salir de la empresa de artes gráficas en la que trabajan, Matilde dijo que se iba a comprar un chándal. Era la capitana del F.F. Cataluña y una gran promotora del fútbol femenino en nuestro país.
19 de junio de 1987. Cora, una amiga de la infancia, cumplió 3 años aquel día. Por aquel entonces vivía muy cerca de Hipercor. No recuerdo haber hablado nunca con ella ni con sus padres sobre el tema, pero sí recuerdo que en el colegio Arrels, donde estudié desde los 5 a los 16 años, había familiares de víctimas y alguna profe nos contó que aquel día los alumnos mayores tenían pensado ir por la tarde a comprar comida y bebida a ese centro comercial para su fiesta de fin de curso. Era viernes. Decidieron ir por la mañana. La bomba explotó a las 16.08.
Primera manifestación
El atentado de Hipercor no se olvida. Mi padre cuenta que me llevaron a la manifestación del 21 de junio: "Había muchísima gente en la Meridiana. Te llevaba a caballito. Fue tu primera manifestación". Incluso aunque no tengamos recuerdos conscientes de ello, Hipercor permanece en el imaginario colectivo de esta ciudad 'ferida i eixalada' que describió Pere Quart, y esa memoria inserta nos hace reaccionar ante cada acto de violencia que la golpea como el del pasado 17 de agosto.
Treinta años después, igual que aquel mes de junio del 87, nos apropiamos del espacio público y volvimos a escribir en el suelo de la Rambla nuestro pésame y nuestro luto. De forma certera, E. Néstor Suárez Ojeda describiría esta acción como una muestra de resiliencia comunitaria y Edith Grotberg la definiría como "la capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas y ser transformado positivamente por ellas".
Pero la resiliencia no se puede materializar si escondemos los hechos traumáticos de nuestra historia en un armario, si se ignora y se olvida a las víctimas. Ahí radica precisamente la importancia de exposiciones como 'La ferida d'Hipercor', que se puede visitar hasta el próximo 11 de marzo: nos ayudan a resignificar la memoria, a reconstruir y a repensar las experiencias del pasado, a bebernos las palabras tanto tiempo silenciadas y así, parafraseando el verso de Alejandra Pizarnik, 'volver a la memoria del cuerpo, volver a los huesos en duelo y comprender lo que dice su voz'.
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