Dos miradas

No volver

EMMA RIVEROLA

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Ir al colegio y no volver. Ir a comprar y, al regresar a casa, comprender que nunca más verás su rostro, oirás su voz, sentirás su vida. Estar trabajando, en lo que sea, en lo que puedes, y recibir la noticia. Ser una niña y saber que tu hermano mayor ya no volverá a tirarte de las trenzas. De repente, una foto familiar con un crespón negro. Y van tantas. Palestina amanece cada día con una nueva detención, con un nuevo abuso. Un pueblo sometido a una asfixia paralizante, desquiciante. Envuelto en una espiral de violencia que se alimenta de sí misma hasta hacerse cada vez más espesa, más extensa, más fiera. Un odio ya antiguo. De décadas. De siglos. Mamado desde la niñez.

Abdel Rahman justo entraba en el campo de refugiados de Aida. Un tiro en el pecho. 13 años. Asesinado por un francotirador en Belén. Dicen que fue un error. Un fallo. Cuestión de mala puntería. El muchacho se desplomó a los pies de la llave del retorno. Una enorme pieza de hierro roja, de casi dos toneladas, elaborada por los artesanos del campo. Querían crear la llave más grande nunca hecha, un aviso al mundo, pero también a sus pequeños, porque ellos tenían que ayudarles a cumplir la misión, a retornar a sus tierras arrebatadas. Ahora, en el mismo lugar donde murió Abdel, los vecinos han colocado un pequeño olivo. La llave y el olivo, los dos símbolos del dolor, la nostalgia y la esperanza de un pueblo que llora a sus niños asesinados.