Dos miradas

Voces calladas

Las últimas novelas de Saramago y Matute nos llegan con la voz interrumpida por la muerte

emma Riverola

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Nos llegan las últimas novelas de Saramago y Matute. Ambos con la voz interrumpida por la muerte. Obras inconclusas. Una, apenas empezada. La otra, con menos precisión de la que a la autora le hubiera gustado imprimir. Pero es justo en el carácter inacabado de ambas donde hallamos la más exacta y fascinante voz de la muerte. Un silencio inmenso, infinito, que irremediablemente espera ser colmado por las palabras de los vivos.

En cada letra escrita o leída se agazapa el deseo de sentir a través de pieles desconocidas, de conjurar miedos, de soñar con otras vidas o vivir otros sueños. Una novela inacabada nos permite asomarnos a una estancia prohibida a través de la puerta entreabierta que el autor no pudo cerrar. Cuando Camus murió en un accidente de circulación fue hallada una bolsa con un manuscrito de 144 páginas, de escritura apresurada y carente de signos de puntuación. El primer hombre, un retrato autobiográfico con el que Camus quería resucitar después de una profunda crisis, fue perfeccionado por su hija y, finalmente, publicado. También Flaubert dejó una obra póstuma: Bouvard y Pécuchet. Las páginas de ese tratado sobre la estupidez humana persiguieron durante años al autor, quien al fin murió sin acabarlo. Ambas obras resultan imprescindibles para comprender las almas complejas de sus autores. Y solo los lectores, con sus sueños y sus miedos, pueden despertar las palabras calladas.