Pequeño observatorio

Vivimos de diferencias e indiferencias

En las pequeñas y razonables diferencias del día a día hay muchas posibilidades creativas

Una pareja, en Barcelona.

Una pareja, en Barcelona.

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Si el lector hiciera una autoencuesta compartida sobre sus gustos y los de su pareja, sería normal que hubiera preferencias apreciables, e incluso, tal vez, marcadas contraposiciones. Dejo de lado las diferencias muy radicales que harían imposible la convivencia pacífica. Pero en las pequeñas y razonables diferencias, que no provocan tensiones desagradables y agresivas, hay muchas posibilidades creativas.

Un punto de influencia puede ser productivo en algunos momentos de la vida. «¿Pero a ti qué te parece?», pregunta alguien sobre un programa de TV-3, el color de un jersey, la chica que ha comenzado a salir con ese chico, la actuación de un nuevo futbolista. La respuesta puede ser «ah, muy bien», y a veces hay un añadido: «De entrada, muy bien». ¡Qué afinada respuesta, el «de entrada»! Implica que más adelante puede haber una salida. Es decir, que engañarse o engañar con buenas intenciones no es ningún pecado, ni siquiera un pecado venial. Lo que puede haber para quien ha fracasado en la elección de un amor es la probabilidad de tener que pasar un periodo de purgatorio.

En nuestras vidas hay muchos sí y muchos no, y no pienso ahora en el ámbito político. Pienso en nuestras cotidianas ocupaciones, de algunas de las cuales no somos conscientes y hay otras que son mecánicamente repetitivas. Al final de un soneto, Cervantes escribió esto, que me parece un ejemplo de indiferencia. Dice de alguien: «Caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese... y no hubo nada».

La indiferencia no debe confundirse con el escepticismo. La indiferencia se produce de vez en cuando, y en general ante propuestas poco importantes o estimulantes para nosotros. La indiferencia absoluta, total, sería muy triste. Hace años me explicaron que, en Sudamérica, de alguien que había muerto se decía que había «pasado a la indiferencia».

Si me apasionan las diferencias, significa que aún estoy vivo.