a pie de calle

Vivencias en un hospital

JOAN BARRIL

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Por unos cuantos días he asistido en primera persona a un hospital público. Por lo visto nada grave, de lo contrario no estaría aquí contándoselo. En los momentos inciertos de la espera he reflexionado sobre mi escasa experiencia como usuario de hospitales, que en lengua del castellano culto se llaman ni más ni menos que nosocomios. El hospital es ese lugar al que se va a ver a los amigos y familiares enfermos, pero es también el nido en el que la cigüeña deposita al bebé y el lugar donde el barquero Caronte se lleva las almas a través de la laguna Estigia, tal como creían los antiguos griegos.

Pero asistir al hospital en busca de asistencia es un ejemplo para el neófito. Cuando ya se han leído todos los periódicos uno acierta a creer que todas las noticias están repetidas. Consuela a los enfermos saberse muy lejos de Japón. Pasan sombras blancas casi siempre con una sonrisa.

Contrariamente a ciertos funcionarios de ordenador que dan por supuesto que todos los usuarios conocen el extraño mundo de las máquinas, los sanitarios de toda graduación se convierten en seres didácticos y serviciales.

El hospital tiene una pequeña y atemorizada crueldad, inevitable si se quiere conocer el interior de nuestro cuerpo. Un pinchazo para sacar sangre provoca a más de un paciente una comprensible aprensión. El roce gélido de las pantallas de rayos X nos asemejan a carneros a punto de degollar. La circulación a bordo de las camillas nos quita el escaso pudor que nos queda y hay que taparnos el aire que se introduce junto a las miradas por nuestra anatomía desguarnecida. A veces, al cabo de unos días, alguna enfermera o algún médico se apiada de nuestro nerviosismo y nos deja caminar hasta la acera de enfrente, ahí donde dicen que el alma es una nube blanca de un cigarrillo. En el vestíbulo se suelen arremolinar familiares que esperan noticias de los ingresados en la UCI. Por la noche suelen ser muchos, porque familias de gitanos se ven en la obligación de estar todos ahí para dar consuelo al enfermo a través de las paredes. De vez en cuando llegan personas de piel oscura y de vestidos de colores que desconocen el lenguaje occidental y se resisten a creer que un hospital público no es como el hospital donde ejerce el Dr. House.

Las horas aquí se cuentan siempre hacia atrás. La gente recuerda lo que han vivido y analiza si ha merecido la pena. Mirar hacia adelante es una actividad desconocida, porque el cuerpo humano suele ser una caja de sorpresas. Hay pacientes nonagenarios que no quieren ver que aquellas van a ser probablemente las últimas paredes de su vida. Otros que consideran que su estancia allá es un error y que tal vez un médico de cabecera hubiera sido una alternativa mejor.