A vista de pájaro

JORDI PUNTÍ

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¿Se han planteado ustedes comprar un dron? Espero que no. No tengo ganas de ver cómo el cielo se llena de esos aparatos voladores que no hacen ruido y llegan a todas partes --para eso ya están las palomas-. Lo digo porque me temo que los drones serán la próxima moda del mundo digital, tras esos bastones ridículos que sirven para hacerse selfis. Intuyo que lo pueden ser porque los mejores drones ya se pueden comprar con toda normalidad: en Barcelona salen por unos 1.500 euros, cámara y hélices incluidas. No son baratos, pero ya se sabe que hay gente capaz de gastarse un dineral por artefactos como esos, aunque luego solo sirvan para retratar la banalidad desde todos los ángulos.

Además, la afición a filmar con los drones está cada vez más extendida. Esta semana la BBC emitió un documental sobre los 70 años de la liberación de Auschwitz y la novedad eran unas imágenes filmadas con un dron, claro. Sobra decir que era impactante, te daba una perspectiva nueva de la desolación de ese lugar terrible, pero al mismo tiempo también le añadía una mirada demasiado limpia, de un realismo aséptico e impersonal. En Youtube también se pueden ver otros ejemplos de filmaciones con dron, ya sea sobrevolando Chernóbil, las cataratas del Niágara o las calles de Nueva York durante la nevada de estos días.

Es fácil, pues, imaginar que el dron se convertirá en un recurso habitual en los programas de televisión. Hace unos años que el National Geographic lo utiliza para sus reportajes de naturaleza y a menudo consigue imágenes extraordinarias. Sin embargo, puede que pronto llegue otro uso más gratuito, de la novedad por la novedad. A todas horas veremos imágenes desde el aire, sobrevolando parques, partidos, manifestaciones, imputados entrando en el juzgado, desastres naturales, famosos bañándose en su piscina... Al principio nos gustará, porque el observar el mundo desde las alturas tiene algo de voyeur, de ver sin ser visto. Luego se convertirá en un hartazgo, como suele ocurrir con todo en la tele.