Mi visión de Catalunya

ESPERANZA AGUIRRE

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Texto íntegro de la conferencia de la expresidenta de la Comunidad de Madrid en el Círculo Ecuestre de Barcelona el 19 de septiembre del 2013

Señoras y señores, queridos amigos,

Hoy hace justo un año y dos días que dimití de mi cargo de Presidenta de la Comunidad de Madrid.

Aquella decisión supuso mi abandono de la primera fila de la política.

Otra cosa es que yo haya abandonado la política. Como he repetido muchas veces desde entonces, la política ha sido mi vida durante los últimos treinta años y no pienso nunca dejar de estar, de una u otra manera, en política.

Por ejemplo, con intervenciones como ésta en el Ecuestre, a donde me ha invitado generosamente el Presidente del Club. Y al que quiero empezar por mostrar mi agradecimiento.

Para mí Cataluña no es algo ni lejano ni ajeno: lazos familiares, muchos amigos... Trabajo en una empresa catalana".

Hace ocho años, en mayo de 2005, también tuve el honor de ocupar esta tribuna. En aquella ocasión, les hablé de Madrid, como Presidenta que era de su Comunidad.

Esta vez, la generosa invitación del Ecuestre me da la magnífica oportunidad de expresar, ante un auditorio barcelonés especialmente sensibilizado, mis opiniones y mis puntos de vista sobre un asunto que hoy nos ocupa y preocupa a todos los españoles conscientes: Cataluña.

He querido titular esta charla "Mi visión de Cataluña" porque la he preparado y escrito desde una posición afectiva de cercanía y de simpatía hacia Cataluña y todo lo catalán, empezando por su lengua, que me gustaría conocer mejor y que estoy segura de que acabaré por manejar con soltura.

Creo que muchos conocen los lazos familiares que me unen a Cataluña. Un hermano de mi abuelo Gil de Biedma echó raíces en Barcelona y aquí han vivido y viven muchos parientes de esa rama de mi familia. Y, por el otro lado, mi abuela Esperanza --de la que heredé el nombre-- era Borrell de apellido, hija y nieta de ampurdaneses que fueron a Madrid como boticarios y tuvieron farmacia en la mismísima Puerta del Sol.

Además de los lazos de sangre, y más importantes todavía, son los innumerables amigos catalanes que tengo.

Trabajo desde hace nueve meses en una empresa catalana.

Y mis primeras vacaciones de verdad desde que, hace treinta años, entré en política, las de este verano, he querido pasarlas en la Cerdaña con mis hijos y nietos.

Este pequeño preámbulo sólo quiere demostrar que para mí Cataluña no es algo ni lejano ni ajeno. Y que, puestos a buscar cromosomas catalanes no seré yo la que tenga menos.

Y ya voy a entrar en materia, para lo que empezaré con unas preguntas que no paro de hacerme en los últimos tiempos:

¿Qué ha pasado para que los partidos políticos exclusivamente catalanes, como CiU y ERC, propugnen abiertamente la secesión de Cataluña de España?

¿Y qué ha pasado para que la sección catalana de los partidos de origen marxista (que, por definición, deberían ser más internacionalistas que otra cosa) como el PSC e Iniciativa apoyen la celebración de un referéndum que sólo tiene un objetivo: la misma secesión que propugnan ERC y CiU?

¿Cómo puede cambiar tanto el panorama político en lo que a una materia tan esencial se refiere en sólo 35 años?

Dicho de otra manera, ¿qué ha pasado para que los partidos políticos catalanes, que tuvieron dos destacados representantes en la Ponencia Constitucional (Jordi Solé-Tura, que representaba entonces a los comunistas pero que podría ser considerado un representante de lo que ahora es la suma del PSC e ICV, y Miquel Roca, representante del nacionalismo más genuino) hayan pasado de apoyar con entusiasmo el texto y el espíritu de la Constitución (que consagra la unidad indisoluble de la Nación Española y que deja claro que el sujeto de la soberanía es el pueblo español en su conjunto) a propugnar su ruptura y la independencia de Cataluña?

Creo que es bueno recordar que en el referéndum constitucional del 6 de diciembre de 1978 los catalanes votaron sí a la Constitución con más entusiasmo que la media de los españoles.

Como ejemplo les diré que en Madrid el sí obtuvo un 86,14% de los votos y el no, el 10,11%. Mientras que en Cataluña el sí obtuvo el 90,46%, y el no, sólo el 4,61%. Y este es un dato especialmente significativo porque ERC, bien que entonces aún no legalizada totalmente, propugnó el no.

¿Qué ha pasado para que ERC haya pasado de ese resultado minúsculo en 1978 a ser hoy, según las últimas encuestas, el partido preferido de los catalanes?

¿Cómo puede cambiar tanto el panorama político en lo que a una materia tan esencial se refiere en sólo 35 años?

Porque lo que está en el debate político actual ya no es si a Cataluña se le dan tales o cuales competencias, sino si Cataluña se separa de España.

¿Por qué, a pesar del aumento constante de la autonomía catalana, hasta unos niveles que nunca pudieron soñar ni Prat de la Riva, ni Macià, ni Companys, ni Tarradellas, ni el Pujol de los años sesenta, setenta u ochenta, los políticos catalanes de hoy ya no quieren más autonomía, sino la ruptura con el resto de España?

La verdad es que todas estas preguntas me parecen de difícil contestación.

Y la trascendencia de esa ruptura anunciada nos obliga a todos a reflexionar en profundidad y a intentar encontrar las causas. Para, después, buscar las mejores soluciones que eviten esa traumática ruptura, que, en mi opinión, tendría efectos imprevisibles y, desde luego, muy negativos para todos, en lo económico, en lo geoestratégico, en lo político y, sobre todo y ante todo, en lo afectivo.

Por eso, he querido empezar por poner sobre la mesa mis preguntas.

Y ahora voy a esbozarles algunas de las posibles respuestas que yo me he dado a esas cuestiones candentes.

Primera respuesta: La educación

Sin entrar en muchos detalles acerca del sistema educativo catalán en estos 35 años, me atrevo a aventurar que, en las aulas, ha habido un constante adoctrinamiento en el sentido de contar una Historia de España y de Cataluña de acuerdo con un canon exclusivamente nacionalista.

Creo que el canon histórico nacionalista es demasiado simple y sectario, aunque, a lo mejor, ha sido útil para ahormar las conciencias de los escolares catalanes durante estos 35 años. Y claro, 35 años son ya más de dos generaciones de ciudadanos que sólo han escuchado esa interpretación de la Historia.

Ese canon habla de una Cataluña eterna, víctima de una Castilla y de una España que la invaden y sojuzgan sin cesar. Habla de una lengua y una cultura milenarias que han sobrevivido gracias al heroísmo de los catalanes frente a los ataques de pérfidos castellanos. De una Cataluña grande, capaz de dominar el Mediterráneo en la Baja Edad Media, que se ve asfixiada por los decadentes castellanos que no la dejan recuperar su grandeza.

En mi opinión este canon se olvida de muchas cosas. Este canon se olvida de la historia de la Hispania Romana, en la que la Tarraconense era una provincia del Imperio, absolutamente unida al resto de la Península.

Se olvida del protagonismo de los nobles y de los reyes de Aragón de origen catalán en la empresa común de la Reconquista (baste recordar que el rey Pedro II de Aragón, padre de Jaime I el Conquistador, participó en persona en la Batalla de las Navas de Tolosa).

Este canon no explica la Guerra de Sucesión a la Corona de España como lo que fue --una protoguerra mundial por la hegemonía en Europa-, sino como una invasión sangrienta de España contra Cataluña.

Se olvida de la unanimidad con que los catalanes se unieron al resto de los españoles en su lucha contra Napoleón.

Agustina de Aragón, que era de Barcelona, el heroico Tambor del Bruch, o la aún más heroica defensa de Gerona, son sólo unos ejemplos de cómo los catalanes unieron su destino al del resto de los españoles).

Tengo mis dudas de que se les explique a los alumnos catalanes el papel esencial de personalidades políticas catalanas en los convulsos años del sexenio revolucionario que se extiende desde la caída de Isabel II hasta la Restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII.

Como el general Prim, o como Figueras y Pi y Margall, Presidentes de la I República Española.

Como también tengo mis dudas de que se explique en las aulas que el General Primo de Rivera dio su golpe de Estado de 1923 desde Barcelona, empujado por la burguesía catalana que no soportaba el grado de anarquía a que había llegado la vida laboral en Cataluña.

No explica que Companys dio un golpe de estado contra la II República en octubre de 1934.

A los escolares catalanes se les cuenta la Guerra Civil sin mencionar el papel fundamental que para el triunfo de Franco tuvieron los catalanes:

Cambó en la financiación, Pla en sus servicios secretos, los catalanes de Burgos en el aparato de propaganda --no olvidemos que la revista y editorial Destino, que sigue viva, deben su nombre a la definición de España como "unidad de destino en lo universal"-, y, lo más importante, miles de voluntarios catalanes dando su vida "por Dios y por España" en el Tercio de Montserrat --al que Franco concedió la Laureada colectiva que está depositada a los pies de la Moreneta--.

Hoy mismo se están celebrando las exequias del gran filólogo catalán Martín de Riquer, voluntario y mutilado en ese Tercio.

Nadie parece querer recordar el entusiasmo con que Franco fue recibido en Cataluña en enero del 39.

En fin, ¿para qué seguir? Bastan estos ejemplos para demostrar que la Historia es mucho más compleja que lo que dicta el canon nacionalista.

Ahora bien, de la importancia que los nacionalistas otorgan a que se afirme su versión de la Historia da testimonio la convocatoria para el próximo diciembre del Simposio "Espanya contra Cataluña: una mirada històrica (1714-2014)", organizado por el Centre d¿Història Contemporània de Cataluña del Departament de la Presidència de la Generalitat, y la Societat Catalana d¿Estudis Històrics del Institut d¿Estudis Catalans.

No hay que ser muy receloso para suponer qué es lo que se pretende, ya desde el título: cultivar una interpretación de la Historia que justifique el enfrentamiento con el resto de España, la ruptura y la secesión.

Segunda respuesta a la pregunta de qué ha pasado: los medios de comunicación

El 25 de noviembre de 2009 todos los periódicos de Cataluña publicaron un editorial conjunto en el que defendían sin fisuras el Estatuto de Autonomía que estaba puesto en cuestión por contener conceptos que podían chocar con la Constitución.

Aquel editorial conjunto sobre una cuestión claramente discutible es, sin duda, la mejor demostración de que en Cataluña no existe una prensa capaz de sostener la menor crítica al pensamiento único nacionalista.

Estoy completamente convencida de que esa unanimidad de la prensa es el síntoma de una situación muy anómala en lo que a libertad de expresión y de prensa se refiere.

Tercera respuesta: El papel de los partidos de izquierda

No tengo ninguna duda de que, si los partidos de izquierda, fundamentalmente el comunista (el PSUC --Partido Socialista Unificado de Cataluña--) y después el PSC y los restos del comunismo, no hubieran abrazado la reivindicación nacionalista, la situación actual sería radicalmente distinta.

Es en el último franquismo cuando los comunistas descubren que sus propuestas de revolución social (aquello de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción) ya no mueven a casi nadie. Y que, sin embargo, si se ponen a la cabeza de las reivindicaciones nacionalistas, todavía podían movilizar a muchos contra el régimen de Franco, que es de lo que se trataba.

Lo más grave es que la izquierda, ante el éxito que obtenía haciéndose nacionalista en Cataluña, empezó a ser nacionalista en toda España. Hasta en Andalucía con aquel referéndum de febrero de 1980 que se cargó el espíritu de la Constitución, cuando sólo tenía un año de vida, y abrió el camino para "el café para todos", que, aparte de habernos conducido a situaciones ridículas (con una España formada por 17 estadillos), se llevó por delante el efecto integrador que los Estatutos de Autonomía de 1979 tenían sobre Cataluña y el País Vasco.

Porque es muy comprensible el malestar de los políticos catalanes cuando ven que en Murcia, Logroño o Santander se copian Instituciones que ellos creían que eran exclusivamente suyas.

Cuarta respuesta: El papel de los partidos de centro-derecha y de derecha

Probablemente si los dirigentes de UCD hubieran sabido lo que había sido el Estatuto de Cataluña de 1932 y cuál era su alcance, no habrían dudado a la hora de haberlo restaurado tal cual, cuando, después de las primeras elecciones democráticas de 1977, regresó el Presidente Tarradellas y se restauró, más o menos, la Generalitat en su persona.

Perdida aquella oportunidad, los partidos de derecha han encontrado siempre dificultades para ofrecer a los catalanes un proyecto ilusionante de carácter liberal (que, en pura lógica, es el más adecuado para conectar con la proverbial burguesía emprendedora catalana), que integrara a Cataluña como punta de lanza de una España fuerte, grande y con proyección internacional.

No hay que olvidar que Prat de la Riva y los primeros regionalistas de la Lliga, con Cambó a su cabeza, hablaban de una Cataluña grande en una España grande.

Quinta respuesta. La opacidad de las balanzas fiscales

Aunque sea un eslogan demasiado simple, o quizás por eso mismo, la frase "Espanya ens roba" parece que ha calado en algunos sectores de la sociedad catalana.

A todos los catalanes, se sientan o no españoles, les duele pensar que están pagando muchísimo dinero a la hucha común del Estado y que nadie se lo explica ni se lo agradece. Los comprendo perfectamente porque creo que en este asunto, como en todos, la transparencia es imprescindible.

Por eso creo que las balanzas fiscales hay que hacerlas públicas.

No para provocar agravios entre territorios porque, como pueden ustedes imaginar, yo no creo que los territorios tengan capacidad para sentirse agraviados, sino para que los ciudadanos contribuyentes de cualquier territorio sepan cuánto se queda en su región y cuánto se va a ayudar a los ciudadanos de otras regiones.

Claro que si se compara por renta, IVA e impuestos especiales --y no cuento el impuesto de sociedades porque siempre se puede argumentar que en eso Madrid tiene ventajas-- cuánto se recauda y retorna a Cataluña y cuánto a la Comunidad de Madrid, lo de "Espanya ens roba" sería verdad sobre todo en el caso de Madrid.

Porque de los 66.090 millones de euros que se recaudan en Madrid retornan 13.619, mientras que en Cataluña se recaudan 27.148 y retornan 23.846. En ambos casos se trata de cifras enormes que requieren transparencia y explicaciones.

Los que quieren la secesión de Cataluña hablan del "derecho a decidir". Algo que suena bien en todos los oídos. ¿Cómo no voy a tener yo derecho a decidir en los asuntos que me interesan? se preguntan algunos.

Pues bien, señoras y señores, éstas son algunas posibles explicaciones de por qué se ha llegado a donde se ha llegado: al borde de este precipicio, por el que podemos despeñarnos todos.

Si hacemos caso a los políticos nacionalistas catalanes, parece que no funciona el encaje de Cataluña en España.

Parece que hay ciudadanos de Cataluña que no se encuentran a gusto en España, que no se sienten identificados con el proyecto de vida en común que les ofrece España, que les molesta ser identificados en el resto del mundo como españoles, que creen que Cataluña no tiene nada que ver con el resto de España.

El número de ciudadanos de Cataluña a los que le pasa esto es una incógnita pero las encuestas, las manifestaciones en la calle y la práctica unanimidad de la intelectualidad catalana en defender esta desafección del resto de España hacen sospechar que es bastante amplio.

De ahí que los que quieren separarse de España hayan calculado que un referéndum ahora les daría una legitimidad política indiscutible para emprender la secesión.

Así planteado parece algo natural, maravilloso y completamente inocuo.

Lo que no me parece bien es que se hable de derecho a decidir cuando lo que se persigue de verdad es la secesión.

Lo que pasa es que lo que se quiere decidir es la secesión. Y la secesión está prohibida por la Ley. Por tanto, no se puede someter a referéndum algo que está vedado por la Ley. Aunque, eso sí, lo que no está prohibido por la Ley es cambiar la Ley. Y más cuando en la misma Ley existen cauces legales para cambiarla.

Por eso, lo que no me parece bien es que se hable de derecho a decidir cuando lo que se persigue de verdad es la secesión.

Y no porque me escandalice esa secesión. Puede parecerme un error pero creo que en democracia, en libertad y en ausencia de violencia, todo se puede plantear. Y cuando digo todo, quiero decir todo.

A mí, como liberal, me parece que todo lo que no está taxativamente prohibido es porque está permitido. Pero es que la posibilidad de secesión ni está permitida en España ni lo está en ningún país del mundo. Y estoy convencida de que, como es lógico, los redactores de la futura Constitución de la hipotética República de Cataluña no incluirán la posibilidad de convocar referendos de secesión.

Porque sería tanto como reconocer a cualquier territorio de la nueva República el derecho a separarse si no está a gusto. Algo que puede ocurrir en un pueblo de Gerona o en un barrio de Barcelona.

Aquí algunos pueden hablar del caso de Escocia y el futuro referéndum que tendrá lugar el año que viene, como ejemplo de lo que se podría hacer en España. Y no me parece mal que se estudie en profundidad.

Hay que saber que Escocia fue reino independiente hasta el Acta de Unión de 1707, cuando pasó a formar parte del Reino Unido, y que tuvo sus reyes y sus dinastías (por cierto, que uno de esos reyes en el siglo XI fue Macbeth, al que luego inmortalizará Shakespeare, haciéndolo arquetipo de la ambición de poder y... de la sumisión a una malvada mujer).

Los reyes de Escocia tenían tal entidad que a principios del siglo XVII el rey de Escocia, Jacobo I Estuardo, heredó el trono de Inglaterra. No es evidentemente el caso de Cataluña.

Por tanto, si los políticos catalanes se saltan la Ley, esa Ley que todos los ciudadanos españoles nos hemos dado -los catalanes también y con un entusiasmo especial-- elegirán un camino que lleva a su propio desprestigio porque nadie podrá fiarse de un país que no es capaz de guardar y hacer guardar las leyes que a sí mismo se ha dado.

Lo honesto y lo limpio por parte de los políticos partidarios de la secesión es explicar claramente que están por la independencia y explicar cómo sería esa nueva República que nacería en el Mediterráneo.

Por mi parte, no quiero pensar en las consecuencias materiales porque soy de las que creen que, cuando somos presas de una pasión dominante como el amor o el odio, las consecuencias económicas nos importan muy poco.

Como decía Popper, es imposible convencer con argumentos racionales a nadie que haya llegado a sus conclusiones con argumentos emocionales o pasionales.

Es decir, que creo que se equivocan los que, para convencer a los independentistas catalanes de su error, utilizan el argumento de que les va a ir muy mal en lo económico y en lo material.

Es como decirle a un enamorado que su novia es muy pobre y que, si se casan, van a pasar muchas apreturas. No sólo no le convences de que la deje, sino que le enciendes mucho más su pasión amorosa.

No, no quiero entrar en el análisis de las consecuencias materiales de la secesión de Cataluña. Aunque es evidente que una república catalana, en la que la fuerza política hegemónica a la hora de redactar su futura Constitución sea, como probablemente sería, ERC, no parece la más adecuada para afrontar los actuales retos económicos.

Y que nadie se olvide de los retos militares y geoestratégicos que tenemos que hacer frente los países occidentales. La inestabilidad que ya existe en el arco que se extiende desde Siria hasta Marruecos exige de todos los países de la orilla norte del Mediterráneo un compromiso decidido, que incluye, por supuesto, el aspecto militar.

Y volviendo a las consecuencias de la secesión, me parecen mucho más importantes y dramáticas las consecuencias afectivas y sentimentales que esa secesión puede traer consigo. Y esto lo digo pensando en toda la sangre catalana que corre por mis venas y convencida de que el futuro de Cataluña y de los catalanes pasa, sin duda, por justo lo contrario de lo que proponen los que ahora quieren ser Simón Bolívar.

¿Qué hacer?

Y ahora queda lo más importante, ¿qué hacer? Porque ustedes no vienen a escuchar a una política sólo para les exponga análisis más o menos certeros. Lo que se le pide a un político no es que señale los problemas, sino que arbitre y presente soluciones a esos problemas.

Creo que lo que hay que hacer es poner remedio a todos los desencuentros sentimentales y reales, que se han ido produciendo en estos 35 años de vida constitucional española entre los políticos catalanes y los políticos del resto de España.

Porque les diré que ese desencuentro es mayor entre la llamada clase política que entre los ciudadanos de a pie.

No hay más que ver la naturalidad con que en todos los rincones de España hay peñas barcelonistas y seguidores del Barça, a los que no les importa que algunos nacionalistas utilicen a ese gran club como estandarte del independentismo. O la naturalidad con que los catalanes --salvo una minoría de irredentos-- vibran con las Selecciones Españolas de todos los deportes.

Y les diré que creo que el primer paso para acabar con esos recelos que están en la base de la reivindicación separatista es reconocer que España necesita ser catalanizada. Con esto quiero decir que a España y al conjunto de los españoles les vendría muy bien conocer y amar más a Cataluña y lo catalán.

Empezando por la lengua. Es muy significativo, por cierto, que en tiempos de Franco los estudiantes de bachillerato de toda España tuvieran que conocer algo --muy poco, es verdad, pero algo-- de lengua y literatura catalanas (programa de Lengua Española y Literatura de 1º y 2º de BUP según la Ley General de Educación de 1970). Y ahora, con cada Autonomía obsesionada por lo suyo, los bachilleres españoles --salvo los catalanes, claro está-- no saben nada de esta lengua y esta literatura que todos los españoles deberíamos sentir como propias.

Y siguiendo por la Historia, para saber todo lo que Cataluña y los catalanes han hecho en el mundo y en España.

Esa catalanización de España llevaría consigo la transmisión de aquellas virtudes proverbiales que se les reconocen a los catalanes en el mundo de las iniciativas empresariales.

Claro que, para que eso ocurra, los catalanes de hoy tienen que recuperar su proverbial espíritu abierto, independiente y empresarial y olvidarse del intervencionismo de sus políticos, que en estos últimos años ha crecido mucho más de lo que, a mi juicio, debiera.

En definitiva, igual que el Barça se ha convertido en el líder del fútbol español y, sobre todo, ha mostrado al resto de los equipos españoles una nueva manera de jugar que ha llevado a la Selección Española a ser la mejor del mundo, a mí me gustaría que los empresarios y los científicos catalanes se comprometieran a liderar la economía y la ciencia españolas.

Porque Cataluña debe ponerse como objetivo el de volver a ser la región líder de España en lo económico, en lo industrial, en lo científico y, también y muy importante, en lo cultural.

Y al hablarles del liderazgo cultural y editorial que está perdiendo Cataluña, creo que es bueno recordar que el bilingüismo es un tesoro, y que es un error que las administraciones catalanas de estos años no hayan sabido considerar como propios a los importantes autores catalanes que escriben en la otra lengua, como Juan Marsé, los Goytisolo, Eduardo Mendoza o Félix de Azúa.

En segundo lugar creo que hay que revisar profundamente el Estado Autonómico español. Como antes les he dicho, comprendo perfectamente a aquellos catalanes que ven cómo todas las Comunidades Autónomas, creadas de la nada, se igualan a la Generalitat en competencias e Instituciones. Con ese "café para todos" se puede comprender a los que dicen que así no se reconoce la especificidad de Cataluña.

Revisar el Estado de las Autonomías a fondo quiere decir también eso, a fondo. Para acabar con todas las disfunciones y para dar satisfacción a las ambiciones legítimas.

Y, desde luego, lo que más me gustaría a mí es que en Cataluña y en España hubiera gobiernos liberales. Esto es, gobiernos que se abstuvieran de meterse en la vida de las personas, que las dejaran en paz.

Y tengo la sospecha de que los gobiernos nacionalistas pretenden gobernar incluso en los sentimientos de los ciudadanos. Me gustaría que los gobiernos se fiaran de los ciudadanos y que no se empeñaran en decirles lo que tienen que hacer, lo que tienen que pensar o lo que tienen que sentir.

Y, por último, creo que otra función de los políticos en estos momentos de crisis nacional es la de recuperar el orgullo de ser españoles. Y que los catalanes compartan ese orgullo.

No estoy dispuesta a que las crisis en las que ahora estamos inmersos nos suman en la melancolía. Las crisis son siempre oportunidades, como muy bien nos explica Einstein.

Y esta crisis nacional que ha provocado el afán independentista, después de la Diada del año pasado, tiene que ser también la oportunidad para afrontar los problemas que el encaje de Cataluña en España presenta y para encontrarles las mejores soluciones. Que serán las que sean pero, eso sí, dentro de la Ley.

Y que nadie me diga que ya es demasiado tarde. Nunca es demasiado tarde para intentar resolver los problemas y para encontrar las mejores soluciones a las crisis.