LA BURBUJA INMOBILIARIA

El virus del ladrillo

Algunos países emergentes han cometido casos el mismo error que aún pagan Irlanda y España

ANTONI SERRA RAMONEDA

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El Gobierno ha lanzado las campanas al vuelo al conocer que en el segundo trimestre del año en curso el mercado inmobiliario español, tan alicaído estos últimos años, experimentó un repunte. El número de transacciones y los precios parecían salir del letargo en que estaban sumidos. En algunos lugares muy concretos se inició la construcción de nuevas viviendas. Ansiosos de insuflar optimismo, y de ganar votos en la serie de elecciones venideras, extrapolaron la evolución positiva para asegurar que el sector inmobiliario iba también a tirar del carro que nos ha de sacar de las miserias de la recesión.

Analistas con la cabeza más fría han echado agua al vino, sin por ello negar el repunte. En primer lugar porque es posible que el nuevo tratamiento fiscal sobre plusvalías que entrará en vigor el próximo año haya apresurado la realización de transacciones en perjuicio de las que hubieran tenido lugar en el futuro si hubiese permanecido inalterado el régimen tributario. Pero sobre todo recuerdan que si bien es cierto que en el pasado junio la concesión de créditos hipotecarios aumentó en un apreciable 19% respecto al mismo mes del año anterior, aún solo representa el 15% de la cifra alcanzada en las épocas doradas. Recuerdan también que tanto transacciones como hipotecas fueron inferiores en el aludido mes a las cifras del de mayo. Los síntomas son aún muy débiles. No debe olvidarse que son más de 1,7 millones de viviendas las que aún esperan comprador. Habida cuenta de la penuria que conocen muchos mileuristas o aspirantes a esta condición se precisará de mucho tiempo para digerir tanto ladrillo, especialmente el que goza de una localización y de unas infraestructuras problemáticas. Si el estallido de la burbuja afectó de manera desigual a las promociones en curso, la absorción del parque de viviendas vacías será letárgica y desigual. Me gustaría comprobar si Seseña, paradigma del absurdo urbanístico, sigue con el aspecto desértico y desolador que tantas veces hemos visto en imágenes televisivas o si ya se ve vida por sus calles.

Se cuenta que los países emergentes también han apostado fuerte por la construcción para acelerar su crecimiento económico y dar pronto cobijo a los millones de ciudadanos que no disponían de un techo mínimamente aceptable. No todos han adoptado el mismo patrón urbanístico y financiero. Pero de una lectura superficial de los medios se deduce que comienzan a tener problemas por haber apretado en exceso el acelerador y ahora comprueban que la velocidad imprimida ha sido excesiva. No han aprendido de los ejemplos español e irlandés, cuyo pecado ahora expiamos.

Particularmente sangrante es el caso mexicano, que por razones obvias hubiera tenido fácil no repetir los errores cometidos por el país del que otrora fue colonia. Y sin embargo los presidentes Fox Calderón, ambos del PAN, se lanzaron a fomentar la construcción de nuevas urbanizaciones extensivas, en zonas alejadas de las grandes ciudades, para así disponer de terrenos baratos. Se edificaron centenares de miles de viviendas adosadas con la esperanza de que muchos ciudadanos, hartos de vivir hacinados en grandes urbes muy inseguras, estarían encantados de reubicarse en ellas, aunque sus dimensiones fueran reducidas. Las agencias públicas (INFONAVIT y FOVISSSTE) se encargaron de facilitar financiación barata, debidamente subsidiada, para inducir a unas pocas empresas constructoras a llevar adelante unos megalómanos proyectos. Todo parecía ir sobre ruedas y fueron numerosos quienes picaron en el anzuelo endeudándose con créditos hipotecarios de larguísimo vencimiento sin percatarse de las insuficiencias que la oferta presentaba: la baja calidad de la construcción, la insuficiencia o incluso ausencia de servicios públicos,  y su vocación de ciudad dormitorio, a falta de lugares de trabajo en la misma vecindad. Es el caso del barrio de La Trinidad que debía ser el más distinguido de los nuevos proyectos en el municipio de Zumpango. De las 50 casas que se alinean en su calle Santa Paulina solo diez están habitadas. El alumbrado público no funciona y últimamente la comunidad carece de agua potable. Los delincuentes campan por sus anchas a falta de vigilancia policial.

Las empresas promotoras están en dificultades, al no poder cobrar los alquileres ni colocar las viviendas que tienen vacías o ilegalmente ocupadas. En la bolsa de valores sus acciones han caído en picado y algunas se han visto obligadas a presentar suspensión de pagos. El Estado federal asegura que no saldrá en su ayuda. Peña Nieto, el actual presidente, quiere cambiar de modelo urbanístico. Pero ya lleva una carga a sus espaldas que hubiera podido evitarse con una simple visita a Seseña.