Artículos de ocasión

'In vigilando'

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David Trueba

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Hace tiempo leí una novela francesa bastante horrible en la que el autor fantaseaba con la relación epistolar que pudieron mantener el novelista Salinger y Oona O’Neill, la que se convertiría en última esposa del cómico Charles Chaplin, para desespero del autor de 'El guardián entre el centeno' cuando era un soldado destinado en la segunda guerra mundial. Es evidente que en el territorio de la ficción no hay freno ni cortapisa que valga, pero para apropiarte de la vida íntima de personas reales merecería la pena correr en pos de una obra maestra y no de pequeños morbos sin importancia. Esta apropiación de la vida de otros concuerda con un mundo que rompió las protecciones de la intimidad con el éxito de la prensa sentimental y después con la autoexposición que consagraron las redes sociales. Ya nada parece secreto y el primer damnificado son las biografías de personas relevantes que se han convertido en un género condenado a los cotilleos y demasiado poco al análisis profundo. Lo terrible es pensar que tus secretos no se irán contigo a la tumba, sino a la redacción farragosa de cualquier autor sin escrúpulos. No quiero pensar el dolor que habría sentido Salinger, compulsivo protector de lo que quedaba de su intimidad, al saber que no solo es pasto de los previsibles sabuesos, sino también de los colegas sin mundo propio.

Pero todo esto es una batalla perdida. La falta de pudor no se ha castigado como un vicio, sino que se ha impuesto como una obligatoriedad. Nadie sabe si será un sarampión pasajero, habitual en cada despegue tecnológico, o si será una costumbre que ha venido para quedarse. Por eso es tan interesante la polémica publicitaria que ha enfrentado al FBI con la megaempresa Apple a raíz del deseo de desentrañar el teléfono móvil de una pareja de terroristas islámicos que causaron una matanza en la noble ciudad de San Bernardino. Las fuerzas policiales solicitaron a los fabricantes del teléfono que entregaran las claves para desencriptar el aparato y la negativa de la empresa propició un enconado debate. Ambas posiciones parten de una mentira ramplona. El FBI encontró la forma de descerrajar el móvil sin requerirlo a la empresa y Apple se marcó una campaña de protección de datos privados buena para su clientela.

Los delitos abren la puerta a la investigación, pero no pueden jamás establecer un patrón de funcionamiento, desechando las garantías personales, la protección de la intimidad del ciudadano. El manejo de sus datos se limita al ámbito personal, y todo investigador habrá de presentar pruebas concluyentes antes de pretender quebrar el Estado democrático. Las cámaras públicas, la intervención de llamadas y la interferencia de correo privado resuelven gran parte de los delitos, pero cometemos un error si pensamos que la privacidad es un capricho personal frente a la seguridad. 

No están tan lejos los regímenes totalitarios que usan su autoridad para invadir toda esfera personal. Seguridad es también sentirte protegido en tu intimidad. Padecemos el mal y queremos combatirlo, pero hay que marcar límites a quien pretende derribar toda barrera en aras de salvaguardarnos. Es terrible pensar que una empresa tecnológica con todos sus intereses cruzados sea nuestra única garante de derechos. La campaña publicitaria le ha vuelto a salir bien, pero la sensación de intimidad violada es cada vez más aceptada, expandida y real.