Pequeño observatorio

La vida misteriosa de los gatos

Cuando tengo un gato delante me da la sensación de que parece absorber algo de mí

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Empezando por el acierto del título -'Cameron marcha pero el gato se queda'- debo decir que me ha seducido el artículo de Mar Gallardo en este diario. Nos da a conocer que una de las grandes preocupaciones de la prensa y la opinión pública inglesa ha sido la posibilidad de la marcha del gato Larry, «cazador en jefe de ratones del número 10 de Downing Street». No, se quedará. Un portavoz del gabinete ha salido a declarar que el gato Larry no es de los Cameron, sino que es un funcionario. ¡Fantásticos ingleses, no dejan nunca de ser ingleses! El estilo es el estilo y Theresa May, la nueva inquilina de la casa, no quiere que solo persiga ratones sino que fichcará para él un buen peluquero.

Mi cuñado Néstor Luján era un gran admirador de su gato de raza, siempre limpio, observador de todo lo que pasaba en la casa, pero también capaz de aislarse, inmóvil, educado como un lord. No soy muy animalista, pero admiro las formas de muchos animales, sus pieles, sus movimientos. Y los ojos por supuesto. Los animales que los tienen redondos miran con una intensidad que puede ser hipnótica. Cuando tengo un gato delante me da la sensación de que me espera. Aquellos ojos fríos que parecen absorber algo de mí. La estética perfecta de lo impenetrable.

Los gatos no han sido muy bien tratados por los humanos. Dar gato por liebre es la expresión que sirve para designar un engaño malicioso. «Había cuatro gatos» es la expresión popular para calificar el fracaso de una obra de teatro. 'Estar gat' significa en catalán estar ebrio, y 'ser una gata maula' no es precisamente un elogio.

También hay una historia bonita de los gatos. Un periodista francés tenía un magnífico gato negro. Cuando él murió, su gato se negó a comer. Y al morir fue enterrado en el cementerio de animales de Clichy. El ayuntamiento de París le dedicó un pequeño monumento con esta inscripción: «Kroumir, el gato del monsieur Rochefort, ha muerto de pena diez días después de la muerte de su dueño». 

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