La vida empuja

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RISTO MEJIDE

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Hubo un tiempo en el que las vacaciones duraban 90 días. Era el mismo tiempo en el que las series de más éxito sólo tenían una temporada que se repetía todos los veranos con lo mismo: no, no, no nos moverán. Fue un tiempo en el que todo duraba más. Las sobremesas, los matrimonios, los libros, las tertulias, los programas de televisión. No, hoy no he venido a ponerme nostálgico, porque la nostalgia es el triunfo del pesimismo, y porque ser pesimista lo hace todo siempre más fácil. Ahora no es sólo que todo vaya más rápido, es que la vida empuja.

La vida empuja. Me recuerda un poco al japonés ese que está contratado para embutir a la gente en el metro y así lograr que quepan todos en el vagón. Lleva guantes, uniforme y licencia para empujar. Y vaya si empuja.

La vida empuja. Los semáforos son los primeros responsables de nuestro atolondramiento. Artilugios pensados para evitar que te atropellen, y resulta que son los primeros responsables de este atropello que llevamos encima. Donde hay semáforos no se puede pasear, y el paseo es pensar con los pies. Lo demostraron Aristóteles, Nietzsche, Kant y hasta Rousseau. Un buen paseo es como una buena siesta: auténtica poesía. Y como tal, contiene sus mismos elementos básicos: acento o intención, número de pasos, cesura o suspensión entre paso y paso, y lo más importante, el ritmo. Caminar a tu ritmo es imposible cuando ves que está a punto de ponerse en rojo el paso de peatones. Te aceleras porque de lo contrario tendrás que detenerte contra tu voluntad. De cualquier modo, ya estás tú ahí, cediendo el control de tu paseo a un elemento externo y distorsionador. Se acabó el ritmo, se acabó el paseo.

La vida empuja. Te empuja a estar al día, eufemismo para recordarte que hay ciertas cosas a las que tienes que dedicarle tu tiempo, te gusten o no. Tenemos que saber todos lo mismo, no nos vayamos a quedar descolgados de lo último, anticuados, obsoletos, o peor aún, sin opinión. Es esta ilusión de cultura lo que nos mantiene unidos. Y es esta mentira a la que todos rendimos tributo con los ojos en blanco y despiertos y conectados a todas horas, llamada actualidad.

La vida empuja porque interrumpe. Y si no, cuándo fue la última vez que pudiste leer algo de principio a fin sin tener que acudir a una pantalla. La interrupción es el dominio de los tempos. Y de nuevo, la tecnología aparece en nuestras vidas, y esta vez no precisamente para ayudar.

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La vida empuja. Negaré que lo he escrito, pero también empujan las demás generaciones que no son la tuya. Los más mayores, siempre mirándote por encima del hombro de la historia, con la ceja levantada y esperando algo de ti que por alguna extraña razón ya saben de antemano que no serás capaz de dar. Y las posteriores, que aprenden enseguida el verdadero significado de la palabra empujar: cobrar menos y rendir más. A todo esto, ves que poco a poco se van muriendo los que siempre habías considerado inmortales, y de pronto vas viendo cómo se te aproxima ese abismo al que te siguen empujando sin piedad los de siempre, los de atrás. 'Next'.

Por todo ello, porque la vida empuja a dos manos, son tan necesarias las vacaciones. Con viaje, sin viaje, con playa, con montaña, o con ciudad. Al fin y al cabo, cambiar de hábitos, cambiar horarios, cambiar de rutina, da igual. El caso es engañar al empuje, hacerle una finta y dejar de sentir la presión en la espalda de una vida que no parece dispuesta a abandonar.

Pasear por lugares sin semáforos. Leer libros sin interrupción. Distanciarse de las penúltimas noticias y dejar bien suelto el cabo de la actualidad. Llegar a olvidarse del día de la semana. Disfrutar de todas las personas de la familia, aquellas que están siempre lejos aunque se encuentren en la misma localidad. Perder el tiempo y que no pase nada. Y que nadie se sienta mal.

Éste que escribe piensa hacer todo eso, o al menos intentarlo, desde ahora mismo hasta que se me acabe la condicional. También espero que me leas a la vuelta y notes que así ha sido. Que nos hayas echado mucho de menos. Será una buena señal.