La victoria de los símbolos

Tanto Macron como Trump logran un gran rédito político de su encuentro en París

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RAFAEL VILASANJUAN

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Denostado en Gran Bretaña, donde la visita oficial de Donald Trump se ha aplazado hasta el año próximo, tras una campaña que recogió en horas casi dos millones de firmas de rechazo a la invitación que le había hecho Theresa May y la negativa de algunos parlamentarios a darle la palabra en la Cámara de los Comunes por su conducta racista y sexista, suena cuando menos curioso el silencio en las calles de París mientras Trump subía a la Torre Eiffel para cenar con el presidente francés Emmanuel Macron.

Amante de la ostentación, a Trump no le hacía falta ningún aliciente más para visitar la capital de la moda y el lujo, pero darles a los ingleses en el morro y demostrar que tiene la puerta de entrada abierta en el país vecino no es una razón menor para que solo tres días después de aterrizar en Washington –tras la cumbre del G-20– pusiera su avión de nuevo rumbo hacia Europa para acompañar al líder francés en su primer desfile de la fiesta nacional.

Todo un símbolo: entre el poder leve de una Theresa May en declive, incapaz de enfrentarse a la crítica en su país, emerge la nueva estrella de Europa occidental, Emanuel Macron. Francia recibe con toda su pompa y calor al presidente de EEUU cuando la relación con la Alemania de Angela Merkel se muestra fría y los puentes de conexión trasatlánticos distantes. La excusa tampoco es menor.

Francia, liberada dos veces por EEUU, celebra cien años de la primera intervención del Ejercito estadounidense a su lado durante la primera guerra mundial. Poco importa que el actual inquilino de la Casa Blanca sea un gañán, porque en su figura Macron ha visto la oportunidad de reivindicar un pasado histórico y de acrecentar su liderazgo.

Es la cuarta vez que ambos dirigentes coinciden. Mas allá de los símbolos que han caracterizado los otros encuentros, en esta ocasión tendrán la oportunidad de discutir ampliamente sobre asuntos de calado en los que les distancia un mundo y que curiosamente les llevó a los dos candidatos a ganar una elecciones contra el inmovilismo de los partidos tradicionales en sus respectivos países, desde visiones bien opuestas. Trump, utilizando un nacionalismo populista y con promesas de utilizar todo el poder para devolverlo al pueblo americano; Macron, arriesgando a contracorriente para devolver la grandeur a Francia a partir de liderar una nueva Europa, frente a quienes como el propio Trump proponían encerrarla en sus fronteras.

Es difícil que con visiones tan distantes en el clima, el calentamiento global, el proteccionismo o la idea del multilateralismo frente al nacionalismo cerrado, el encuentro en París pueda deparar grandes acuerdos. Pero al margen de una cierta visión compartida en Siria y la amenaza del terrorismo islámico, si el leguaje de los símbolos cuenta tanto como el de los acuerdos, los dos obtienen un rédito enorme de esta visita. Trump entra en Europa por la puerta que querían negarle y Macron devuelve a Francia y a Europa al centro de la agenda global, la apuesta por la que  alcanzó el Elíseo.