Lectura en profundidad de una novedad editorial

Vicente, Vicenç

Villatoro aborda en su último libro dos asuntos complejos: la guerra civil y la inmigración andaluza en Catalunya en los años 50 y 60

MARÇAL
Sintes

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Concluida en muy pocos días la extensa -se encuentra más cerca de las 700 que de las 600 páginas- última obra de Vicenç VillatoroUn home que se'n vaVillatoro ha invertido en ella varios años, durante los cuales ha buscado incansablemente, obsesivamente, cualquier sombra, cualquier rastro, del tipo que fuera, sobre su abuelo, Vicente Villatoro Porcel. El nieto persigue al abuelo con el declarado afán de saberlo todo. Todo. El propio objetivo es una utopía: como el autor admite, es imposible saberlo todo de nadie. Incluso es muy a menudo enormemente complicado averiguar quiénes somos exactamente nosotros mismos (decía Josep Pla, con sarcasmo o no, que lo más profundo de un hombre es su piel).

La espina dorsal de la narración, más allá de la narración histórica, es la conexión del nieto con el abuelo. A veces a través de la identificación, a veces de atisbar, analizando el abuelo, las causas que han hecho que el nieto sea quien es. Somos hijos de nuestro pasado, y del pasado de los nuestros. Vicente Villatoro se marchó de su pueblo, Castro del Río, al sureste de Córdoba, en el corazón de Andalucía, cuando tenía 60 años. Cuando tenía más vida detrás que por delante. Vicenç Villatoro Lamolla no tiene aún los 60, pero se halla cerca. Desde prácticamente la misma edad se esfuerza en adivinar por qué el hombre que se va abandona su pueblo y emprende la aventura incierta de la inmigración.

Vicenç Villatoro escribe con frases claras. Escribe con facilidad -siempre lo ha hecho-, con facilidad periodística, si tomamos el adjetivo por su mejor lado. No se le nota sufrir en absoluto cuando escribe, parece que no le cueste. Pero, ¿qué escribe? ¿Es un gran reportaje Un home que se'n va? ¿Es una novela? ¿Es una biografía? Y no solo eso. Porque es también un libro de historia, y un dietario, o un ensayo sobre la naturaleza humana, dado que sus páginas están salpicadas de reflexiones a menudo agudas, de pensamientos. ¿O Un home que se'n va es en realidad el retrato de un hombre, el abuelo, pero también de un segundo hombre, el nieto, que no se atreve o no quiere situarse en primer plano? ¿Qué parte de Vicenç Villatoro es también un hombre que se va?

Las gestiones, las conversaciones, los viajes, la búsqueda, los esfuerzos que hace el autor para intentar saberlo todo de Vicente Villatoro Porcel son realmente ingentes, abrumadores. La investigación que es capaz de desplegar sobre el abuelo resulta digna del mejor historiador, del mejor periodismo, dicho también aquí en la más benigna de las acepciones. La infancia, la juventud, la guerra, la cárcel, el retorno a Castro, la miseria estomacal y moral de la posguerra, la partida definitiva en dirección a Terrassa, primero la madre y el hijo (el padre del autor) y un poco después el marido (el abuelo), mientras la hija decide no irse, quedarse a Castro a pesar de todo.

Un hombre que se'n va tiene el mérito, entre unos cuantos, de abordar con mirada franca, con equidad, dos asuntos muy complejos y manoseados. Dos terrenos en los que resulta muy difícil adentrarse sin resbalar, sin hacerse daño: la guerra civil y la inmigración andaluza en Catalunya en los años 50 y 60. Villatoro aborda la guerra civil narrando lo que sucedió en Castro del Río. Lo que hicieron primero los unos -la revolución- y lo que luego hicieron los vencedores -la represión-. El escritor es capaz de hacer llegar al lector que no vivió la guerra una visión en mi opinión muy aproximada y justa de lo que sucedió, lo que fue aquello, a pesar de, o gracias a, que los personajes, los paisajes y las circunstancias sean tan locales: la guerra civil en Castro del Río. Un hombre, un lugar, un tiempo.

En cuanto a la inmigración, Villatoro, utilizando también la historia local -Terrassa- consigue, sin ningún tipo de aspaviento, explicar quiénes eran y cómo eran aquella gente que -como su abuelo, como el mío- llegaba a Catalunya con su vida metida en una maleta. Sin mitificar, sin paternalismo, sin sentimentalismo. Por supuesto, sin menosprecio.

Narrando con detalle la vida de su abuelo -hay, me parece, mucha más realidad que ficción en el libro- Villatoro lo que hace, tímidamente, de soslayo, es preguntarse sobre quién es él mismo. Sobre su identidad. Y, como alguna otra vez ya ha hecho, se muestra severo cuando desgrana descripciones y juicios sobre él mismo o su propia vida. Villatoro evita la autocondescendencia. Se sabe y se acepta imperfecto, una imperfección que, de nuevo, conecta con la peripecia del abuelo, un hombre normal, un sastre, que, sin embargo, cuando salió de la prisión de Burgos era otra persona. Empezaba una existencia que era una prolongación. La vida de verdad quedó retenida, congelada, al otro lado de la raya, antes de julio del 36.