La clave

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JUANCHO DUMALL

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El Gran Wyoming propuso el lunes en El intermedio El intermediocomo medida de ahorro trasladar a Olga María Henao a la península, de modo que políticos como el exsenador y ahora presidente de Extremadura, José Antonio Monago, o el diputado turolense Carlos Muñoz pudieran ir a ver a su amiga en autobús, medio que a los contribuyentes nos sale más barato que los vuelos a Maspalomas. El chiste, uno más en la larga serie sobre el mal uso de los fondos públicos por parte de los políticos, está en la tradición -PerichGilaEl Roto- del humor de un pueblo estoico que soporta con resignación los abusos de los ricos y de los poderosos. Tras la disparatada propuesta del cómico de La Sexta se esconde el convencimiento de que los que mandan -los parlamentarios, en este caso- volverán a incurrir en la extralimitación. Por eso, cuando ocurra, que nos salga menos caro.

La percepción de que vivimos en un país donde muchos pícaros se han instalado en el poder casa mal con el ataque de dignidad que les ha dado a algunos de los responsables políticos en las instituciones. Es el caso del portavoz del PP en el Congreso, Alfonso Alonso, quien dijo el martes, tras la escandalera, que «los diputados son mayores de edad» y que el Parlamento «no es un colegio». Lo hacía para rechazar un mayor control de los viajes de sus señorías pagados con cargo al presupuesto de la institución.

Semejante ataque de dignidad es incompatible con el rosario de irregularidades que la sociedad va conociendo, atónita, día tras día. No, el Congreso no es un colegio. Porque se supone que allí trabajan, debaten, legislan y controlan al Gobierno representantes de los ciudadanos de los que se espera un comportamiento correcto y no el mantenimiento de unas fórmulas opacas mediante las cuales las lógicas retribuciones de diputados y senadores pueden convertirse en privilegios para uso privado.

La casta

Nada como esa negativa a dar transparencia a cada euro gastado para que crezca la sensación de que hay una élite -una casta- no dispuesta a rendir cuentas a nadie, aunque, como es el caso, se les haya pillado in fraganti.