Vergüenza ajena en la Mercè

ENRIC HERNÀNDEZ

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Las fiestas de la Mercè pertenecen a los barceloneses, no a quienes nos gobiernan. En la tribuna de autoridades del Ayuntamiento, el 'president', la alcaldesa y los concejales gozan de una envidiable perspectiva de la exhibición castellera, ahorrándose apreturas y empellones, pero ello solo los convierte en espectadores privilegiados, no en protagonistas del acto. Como muchos otros ciudadanos que hemos asistido al espectáculo, debo confesar que la escenita de las banderas me ha producido sonrojo y vergüenza ajena. Y, aunque la breve disputa tuvo un solo instigador, hay que reseñar que hubo más responsables.

Cuando uno de los invitados a los balcones laterales entregó una bandera estelada Alfred Bosch (ERC), este le ayudó a desplegarla y a amarrarla. Estuviera o no planificada la escaramuza, Bosch sabía que tal escena generaría polémica, especialmente en fechas electorales tan señaladas. A juzgar por sus gestos, Ada Colau y su teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, trataron de persuadir a Bosch para la que retirase, pero debió faltarles capacidad de convicción o simplemente tiempo, porque rápidamente irrumpió Alberto Fernández (PP) con una enseña españolaAlberto Fernández (PP). Pitos y gritos de independencia en la plaza Sant Jaume. Retirada de las dos banderas. Fin de la trifulca.

A ojos de los miles de barceloneses que apretujados disfrutábamos del festejo sin preguntarnos nuestra identidad, nacionalidad, ni qué votaremos este domingo, el lamentable incidente expuso de forma impúdica a nuestros responsables locales como chiquillos que se pelean por la vídeoconsola sin que sus padres acaben de detener la refriega. Pero en liza había algo más importante que un juguete: el respeto al espíritu cívico de la Mercè y a los sentimientos de cada ciudadano.

Esperanzas, y no temores

Este es el choque de nacionalismos que ha teñido la campaña del 27-S, y que puede tensar la vida pública catalana durante años. Si los poderes de Estado alimentan el miedo a la independencia, los apóstoles del independentismo inoculan el miedo a la permanencia de Catalunya en España. Tarde o temprano habrá que sustituir los temores por esperanzas compartidas.