Dos miradas

Vergüenza

Hay gente que necesita decir siempre dónde está y qué hace y que experimenta un determinado placer en alejarse de la realidad

JOSEP MARIA FONALLERAS

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He visto un par de veces -en una representación para un grupo juvenil y en una sesión convencional- cómo el actor paraba la escena que estaba interpretando y se dirigía al público para pedir (o mejor, exigir) que cesaran las toses o que se detuviera de una vez el ruido de un móvil. Esta vez, sin embargo, la cosa ha ido a más.

En un teatro de Broadway, en la segunda parte del espectáculo, la actriz protagonista, harta de ver durante una hora como una espectadora no paraba de recibir y enviar mensajes mientras ella defendía la obra, bajó del escenario, se acercó al asiento de la espectadora y, sin más, le hurtó el aparato. De hecho, lo requisó y lo dejó en depósito en la taquilla, allí donde la avergonzada responsable del asunto lo pudo retirar una vez terminada la función.

No hubo diálogo ni discusión. La actriz intervino con decisión y audacia y, como si no hubiera pasado nada, volvió a introducirse en su personaje y continuó la representación, entre el estupor y, posteriormente, los aplausos del público. Lo que me extraña es que la espectadora esperara al final de la obra para irse, en medio de la repulsa general.

Hay gente que necesita decir siempre dónde está y qué hace y que experimenta un determinado placer en alejarse de la realidad para ocupar otra que no es real. Mientras tanto, se pierde la inmediatez del presente. Debería haber más actrices combativas y sin manías.