Al contrataque

La verbena de la vida

ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE

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En el metro me acuerdo de que debo terminar un encargo y me entra una combinación de flojera y pánico ante el esfuerzo y la posibilidad de fracaso. Esta tensión exige distraerse y no puedo evitar pegar la oreja a la conversación de mis vecinos, una pareja en los 30 y la madre de ella. Debaten sobre Stephen King: «No se pueden escribir tantos libros y tan gordos», se lamenta la señora, que ha sufrido alguna decepción lectora. El yerno suspira: «Hace tanto que no leo, con lo que era yo». La suegra: «Para leer hace falta tranquilidad, y vosotros no tenéis paz ninguna». «Es verdad -replica él-, es abrir un libro o querer escuchar música y empieza la verbena». La verbena es la vida moderna: constantes estímulos, oferta de deseables imágenes, llamativos sonidos, ambiciones que traen interrupciones. La charla es interesantísima, pero me van a pillar cotilleando, así que bajo la mirada a mi periódico y me topo con una información que complementa su debate: España, gran consumidor de ansiolíticos.

Parece ser que la ansiedad es una epidemia en expansión, que tenemos poca tolerancia a la incertidumbre en un mundo carente de certezas, en crisis y con noticias alarmantes por doquier. Resulta que vivimos entre la hipercompetitividad, la velocidad y el miedo a ser excluidos, el exceso de exigencia con nosotros mismos y con los demás y la duda sobre nuestras capacidades. Se dice que ya no soportamos frustrarnos y que las farmacéuticas hacen muy buen márketing para vender sus pastillitas. Vaya panorama. Mis compañeros de viaje siguen hablando de literatura. Ahora es la hija quien explica a los otros con entusiasmo el libro que lee. A mi lado, una mujer está absorta en una novela gruesa cuyo título no logro escudriñar por más que estire mi cuello fingiendo un pinzamiento. No parece ansiosa. Tampoco la familia lectora.

La utilidad de la lectura

Vuelvo al periódico. Alivio rápido de la tristeza, alivio inmediato de la desmotivación, alivio de todos los trastornos emocionales, para eso pedimos ansiolíticos a nuestros médicos. Sin embargo, la tristeza, el desánimo, la ansiedad y la angustia son alarmas que indican: algo pasa que no sé qué es pero me está poniendo muy nervioso. Pueden ser un útil primer paso para afrontar, pensar y, si es necesario, cambiar lo que nos desestabiliza. Y ¿para qué sirve la lectura? Exactamente para lo mismo. Cuando lees, el tiempo se detiene. Pasas a otro modo de medirlo, tuyo. Con la peripecia de unos personajes de ficción ordenamos nuestra propia biografía, recuperamos la sensación de control sobre nuestros pensamientos y circunstancias, distinguimos los temores infundados de las amenazas verdaderas. Nada alivia la ansiedad de la verbena de la vida como un rato de buena lectura.