La rueda

Verano trágico

Parece que el calor nutra la violencia, que la agresividad se dispare con el termómetro

OLGA MERINO

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Entra un hombre en la ferretería Eladio Bricotiendas -estremece ese rótulo tan de estar por casa- interesándose por una sierra radial que cuesta 60 euros. Bromea con el dependiente: ¿taja también los dedos la rebarbadora?, ¿hacemos la prueba? Paga, se larga y luego hace lo que hace con las niñas.

Noches de alcohol y bronca acaban con un estruendo de pólvora en el chalet de Castelldefels, sin más testigos que las toallas húmedas al borde de la piscina.

Una mujer sale a currar a las seis y media de la mañana y la destripan en el portal de un machetazo.

Dos amigas acuden a la casa de un ex a buscar cuatro enseres y aparecen enterradas en una poza, con la carne quemada de cal viva.

Cuatro casos de mujeres que habían decidido reanudar sus vidas por otros derroteros, que habían aprendido que la libertad empieza por decir no. Mujeres que no pertenecían a nadie.

Cuatro casos en que lo cotidiano ha traspasado el filo del horror. El espanto concentrado en una sola canícula, en medio de un bochorno que ablanda los huesos. ¿Habría sucedido lo mismo en una tormenta de marzo? ¿Cuándo se fundió la sesera de los asesinos? Parece que el calor nutra la violencia, que la sangre bombee insomne en las noches de sofoco, que la agresividad se espese como el mercurio del termómetro.

También era la estación de las cosechas cuando los franceses tomaron la Bastilla y sacaron las guillotinas, cuando lo de Hiroshima, en la sublevación del 36 y en la matanza de Srebrenica, como si el verano ocultase un secreto atroz tras su ligereza adolescente. Tiene el estío, además, un falso señuelo de tierra prometida. Te pasas el año remando hacia él con la esperanza de que todo mejorará, de que las cosas se arreglarán, y llegas al Tourmalet del verano y resulta que no. Que la vida iba en serio. Que la única felicidad habría sido seguir viva.