Verano en el pueblo
Las vacaciones han dejado de ser el momento del año más lento. Los días siguen pasando a toda velocidad, hay menos tiempo para el esparcimiento, apenas se puede descansar entre museo y museo, entre cosas-imprescindibles-que-no-puedes-perderte
La abuela -madre de mi abuela- ya tenía la casa preparada, con las camas para todos, y mis abuelos y yo teníamos las maletas distribuidas por el piso de Barcelona, como le llamaban cuando llegábamos al pueblo. Al día siguiente, toda una jornada de viaje: nos quedaba un mes por delante para desentendernos de las obligaciones, los horarios y las convenciones urbanas. Lo cambiábamos todo por un cielo mucho más limpio, sillas en la puerta de casa todas las noches y cierta libertad para los niños. Eso era lo que significaba el agosto familiar durante 20 años, eso y 20 horas de viaje en un coche sin aire acondicionado, por carreteras estrechas, detrás de camiones.
De un tiempo a esta parte, las vacaciones significan una planificación demasiado temprana. Antes de que empiece el verano ya debes saber cuándo, cómo y con quién te irás. Necesitas billetes de vuelo -y armarte de paciencia en el aeropuerto- o de tren, habitaciones en ciudades desconocidas, un listado de museos que visitar, cables y más cables para cargar todos y cada uno de los aparatos que harán de tus escasos días de desconexión -ya no son un mes entero- un recuerdo inolvidable.
Los autónomos
Cualquier cosa que debas encargar, comprar o elegir tendrá que esperar unos días, pero es posible que no hasta septiembre: los que trabajan para sí mismos se han dado cuenta de que la vida nos sale demasiado cara, y no se pueden permitir ciertos lujos. Los que somos autónomos y trabajamos en casa, aprovecharemos para hacer todo aquello que no pudimos hacer durante el año: una vez se haya calmado la demanda de nuestros múltiples jefes, atenderemos nuestros proyectos profesionales más personales, los que no se pagan a corto plazo. Empezar una novela, por ejemplo, sin tener que escribir columnas ni reseñas. Con lo que te den por la novela podrás pagar, a la larga, la cuota de autónomos que pagaste en verano por cuatro trabajos de última hora mal pagados.
Las vacaciones han dejado de ser el momento del año más lento. Los días siguen pasando a toda velocidad, hay menos tiempo para el esparcimiento, apenas se puede descansar entre museo y museo, entre cosas-imprescindibles-que-no-puedes-perderte. Ahora que nuestra familia no vive tan lejos, y que todo se resuelve a golpe de 'low cost' y redes sociales, las vacaciones nos sirven para proyectar el tipo de vida que querríamos: una más sofisticada, más cosmopolita, más moderna. Atrás quedaron los coches llenos hasta arriba y los paisajes que pasan con parsimonia por la ventana. Tenemos que ver, probar, fotografiar, captar y sentir todos los rincones del mundo, sentir cómo de inabarcable es el universo, notar cómo se alarga la vista de lugares que debes visitar.
El mundo en agosto se va apagando poco a poco, como antes, pero cada vez se apaga menos tiempo, más intermitente. Durante el resto del año nos han convencido de que la urgencia y la ansiedad es la mejor forma, la única forma. Y en verano no podía ser menos. El pueblo ya ni siquiera nos parece que esté tan lejos, ni que tenga un cielo tan limpio.
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