La clave

Un verano para olvidar

ALBERT SÁEZ

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Este verano se ha notado más en la televisión que en la calle. El tedio ha llegado antes por las programaciones que por las temperaturas. Refritos, reposiciones, productos enlatados y en demasiadas ocasiones con la fecha de caducidad sobrepasada han llenado los canales de TDT justo un verano en el que la meteorología ha obligado a pasar más horas en el sofá que en la piscina y más días en casa que en la playa. No debe tratarse de una conjura entre las cuatro personas -y no es una metáfora- que deciden los contenidos de la televisión convencional en España. Será el síntoma de algo más profundo. Posiblemente de la crisis de un negocio.

Se habla mucho -y sin faltar base- de la crisis de los diarios, pero se habla menos de la crisis de las cadenas de televisión, donde se han producido cierres y concentraciones de propiedad que en otro tiempo y en otro país habrían sido motivo de escándalo. Pero lo cierto es que la vaca no da para más. El negocio de la televisión basado en la cautividad de la audiencia en torno a unas torres de emisión ya no es suficientemente rentable como para financiar contenidos de calidad. Y visto lo visto, ni tan siquiera contenidos originales. Los productos se han de emitir una y mil veces para recuperar la inversión para producirlos céntimo a céntimo. Y las televisiones públicas lo sufren aún con mayor intensidad.

Fugitivos analógicos

La reconversión televisiva se palpa en el fútbol y en las motos, que a la chita callando han pasado a ser productos de pago en un país en el que la guerra del fútbol de los años 90 hizo caer gobiernos. Pronto llegarán a ese mercado el automovilismo y el cine de estreno.

Es el paso previo a la revolución definitiva. El futuro está en esa escena que ha sido tan cotidiana este verano lluvioso: la familia reunida en el sofá y cada uno de sus miembros agarrando su pantalla particular en forma de tableta como si se tratara del timón de una aeronave y consumiendo indistintamente videojuegos, películas, series, noticias, chats, correos y chismorreos digitales. Algunos les llaman nativos digitales, pero viendo la oferta televisiva son más bien fugitivos analógicos.