Pequeño observatorio

Un verano, cien veranos, mil veranos

He conocido a un par de famosos escritores que vivieron con irritación el proceso de envejecimiento

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Se considera, habitualmente, que los viejos tienen tendencia a ser conservadores. Es lógico. Cuando la vida se va escapando, el instinto lleva a mantener, mientras se pueda, unas formas y unos contenidos ya conocidos. Naturalmente, hay excepciones notables, además de las personas anónimas que envejecen con una energía mental y psíquica admirables. Es posible que muchos de nosotros conozcamos algunas en nuestro ámbito de relaciones privadas.

Pero ahora pienso en GandhiPau Casals, en Churchill..., gente que a menudo ha tenido una vida nada fácil, absolutamente alejada de la lírica estampa del anciano instalado plácidamente en la cabecera de la mesa, rodeado por hijos y nietos. Viejos que han ido viviendo años, si han tenido suerte, sin excesivos contratiempos. Quizá, también sin excesivas ambiciones.

La Rochefoucauld escribió: «Pocas personas saben ser viejas. Y es lamentable envejecer de mala gana». No diré los nombres, pero he conocido a un par de famosos escritores que vivieron el proceso de envejecimiento con irritación. La popular expresión «cascarrabias» puede ser una muestra popular de ese estado de ánimo, que puede acentuarse con el paso de los años. Me parece que ya he citado alguna vez la frase de un compositor francés: «Envejecer es el único medio que permite vivir mucho tiempo».

Lo que pasa, creo, es que este tiempo que se va añadiendo no siempre puede ser satisfactorio. Ahora que los periódicos nos presentan insistentemente unas estadísticas sobre los temas más diversos, me gustaría saber si hay conocimiento fiable que permita dar la razón a Cervantes o a Maeterlinck. Uno dijo: «Por la canícula ardiente está la cólera a punto». Y el otro proclamó: «El verano es la estación de la felicidad».

Queda muy bien hacer literatura sentenciosa. Me añadiré: «El verano no existe. Lo que hay son los veranos».