DOS MIRADAS

Verano ardoroso

Quizá la única solución para afrontar esta estación es abandonar como sea la ciudad y sumergirse en el mar y nadar hasta que el corazón nos diga basta

El Sol, sobre el monumento megalítico de Stonehenge (Reino Unido)

El Sol, sobre el monumento megalítico de Stonehenge (Reino Unido) / periodico

JOSEP MARIA FONALLERAS

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No es para asustar ni nada de eso, pero aviso de que hoy empieza el <strong>verano</strong>. Es una recurrencia astronómica, una simple etapa más, prevista y consolidada en el transcurso del ciclo anual, pero su sola mención nos habla de bochorno, de asfixia y sudor, de dejadez corporal, de atontamiento intelectual.

No es nada gratuito que, en la definición del diccionario, el adjetivo "ardoroso" se ejemplifique con el sintagma "verano ardoroso", porque es lo primero que nos viene a la cabeza. Ardor es igual a ardiente, a <strong>fuego</strong> y <strong>brasas</strong>. Es decir, a verano. Antes de llegar aquí, según las indicaciones de la física y de los movimientos astrales, resulta que ya hemos tenido un aperitivo.

De hecho, la fiesta ardorosa no sabe de cifras y la llegada del verano simplemente es una continuidad de los días que estamos sufriendo, días de esos en los que los comentarios sobre el tiempo dominan las conversaciones de una forma monótona.

NADAR Y NADAR

Sé a ciencia cierta que hay gente que reaviva con el calor y que tiene un resorte corporal que la predispone a disfrutar de esta época del año. Pero hay otros –y no hay que decir que yo soy uno de ellos– a quienes, del verano, apenas les atraen las noches, unas noches que no son precisamente estas que ahora vivimos.

Quizá la única solución es abandonar como sea la ciudad y sumergirse en el mar infinito y nadar y nadar hasta que el corazón nos diga basta. Pero, claro, esto no pasa todos los días. Y el verano ardoroso, impávido y salvaje, inclemente, empieza hoy. Es un decir.