Pequeño observatorio

Veo regresar llena de vida mi letra 'p'

Cuando terminó el franquismo fue posible recuperar los nombres en catalán y la identidad

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Cuando yo era adolescente, me encontré con que perdía mi nombre. Lo perdí cuando mis padres recibían las notas de la escuela. Tampoco lo pude salvar cuando me inscribí en un torneo juvenil de pimpón. Ni cuando me daban unos análisis de mi salud. Yo había dejado de llamarme Josep para pasar a ser José.

A los 20 años, cuando fui a estudiar a la Universitat de Barcelona, quien aprobaba los exámenes no era yo, sino José Espinás. Al terminar la carrera de Derecho fue a un José a quien se reconoció la competencia. Intervine en algunos modestos pleitos y el juez me hizo llegar siempre la sentencia con un respetuoso «don José María».

Cuando tuve 30 años, el Josep que había en mí resucitó aprovechando que el ejercicio de la literatura era una rareza. Incluso el entrañable escritor castellano Miguel Delibes me trataba con un  «José María» cariñoso.

El franquismo finalmente se terminó y fue posible recuperar los nombres en catalán. Y con las identidades personales, también las colectivas. Ya no era necesario que los advocats se convirtieran en abogados y las fiestas de Nadal ya no era necesario que se vistieran de Navidad.

Yo he vivido, a base de cumplir años, esta lenta pero efectiva evolución. Hasta ahora, cuando después de tantos contratiempos -algunos ridículos y todos agresivos- ese chico al que le borraron la del nombre la lleva encima y ve como las pes se multiplican.

La Paciencia que le viene de lejos, el Pacifismo que lleva en el corazón, las Páginas que le permiten opinar con libertad, el Paisaje de un futuro más estimulante y más justo.

El Principio de una progresión histórica. Se acabó dormir en la Paja.

La Palanca que catapulta hacia adelante.

La Palma de la resurrección.

La Paz Permanente.