Venezuela: Otro paso al precipicio

Con el frustrado intento de control de la Asamblea Nacional, Maduro ha perdido la batalla y la oposición aparece ante medio mundo como defensora de la democracia

Nicolás Maduro.

Nicolás Maduro. / periodico

RAFAEL VILASANJUAN

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El socialismo del siglo XXI, que Hugo Chávez anunció a bombo y platillo, está definitivamente muerto. El último movimiento de su sucesor Nicolás Maduro para hacerse con el único resorte de poder que no controlaba, la Asamblea Nacional, ha sido su sentencia de muerte, primero porque al intentarlo ha dejado bien a las claras que su idea del socialismo no es necesariamente democrática y aún más porque el paso atrás dado por una Corte Suprema cubierta de fidelidades inquebrantables muestra hasta qué punto su gobierno es débil.

Maduro ha perdido la batalla, un error tan grande ha dado aire a la oposición, legitimada ahora en medio mundo como defensores de una democracia que se hunde. Es pronto, no obstante, para cantar victoria. Tras casi dos décadas en el poder, el populismo venezolano no ha sabido construir un país en el que se sientan integrados la mayoría de sus ciudadanos. Una pena, porque si algo se puede reconocer todavía a sus líderes es que tuvieron la capacidad de traer a la escena política a una parte importante de la sociedad, que hasta entonces había estado siempre excluida. Las dictaduras y las elites políticas del pasado fueron incapaces de avanzar hacia la creación de un estado moderno. No era su objetivo y el resultado fue el ascenso del chavismo. Pero ni Chavez, ni mucho menos Maduro, supieron aprovecharlo para crear un estado inclusivo, solo para mantenerse en el poder y meter a Venezuela en una encrucijada donde unos y otros se alimentan de odios contrarios.

SIN APOYO MAYORITARIO

Maduro sabe desde las elecciones de 2015 que ni él, ni su Gobierno, ni el movimiento que dice representar tiene apoyo mayoritario entre el pueblo venezolano. Pero nada ha cambiado desde entonces y el chavismo, que siempre tuvo una concepción patrimonial del Estado, ha seguido utilizando a su antojo todos los recursos del poder, empezando por el petróleo. Su modelo, no tanto un estado policial como de propaganda, ha logrado convencer y rescatar a millones de ciudadanos oprimidos por las barreras de clase de una oligarquía racista que hasta entonces les condenaba al margen del sistema. El problema es que cada uno de ellos es ahora un activista dispuesto a luchar y defender a un Gobierno de cuya calidad democrática ya no duda únicamente la oposición, también la mayoría de países vecinos, las principales cancillerías del mundo y las organizaciones internacionales a las que Venezuela pertenece.

En un estado con reservas energéticas de crédito infinito, no será fácil apartar del poder a quienes controlan la fuente. El problema no es solo la irresponsabilidad del Gobierno, también la incapacidad de una oposición que hasta ahora no intuye el camino para evitar que el enfrentamiento social y político acabe en violencia. Tras la decisión de la Corte Suprema de dar marcha atrás y devolver el poder a la Asamblea, la cuestión es saber si Venezuela, sacudida en sus entrañas, podrá recuperar pronto el equilibrio, porque el paso atrás de Maduro, de momento solo acerca mas al precipicio.