Te vendo mis ojos

(Un grupo de manteros extienden sus sábanas en las que  muestran al paseante su s productos en el paseo Joan de Borbó. De pronto, una señal de huida puede desmontar el inmenso y marítimo zoco callejero).

Vamos, guapa. Dos pares de gafas por solo 15 euros. Barato, barato. Sí, míralas bien. No, a mí no. A mí no me mires. Yo no estoy aquí. Yo quiero ser invisible. También a ti te gustaría que lo fuera. En realidad, la mayoría preferiría no vernos. Somos aquello que no comprenden, lo que rechazan. Definitivamente, lo que estorba. No sé qué pensarías si fueras capaz de ver a través de mis ojos. De empaparte de mis imágenes. ¿Hasta dónde te atreverías a mirar? ¿Quieres ver dónde vivo? ¿Quieres caminar conmigo?

Apenas entiendo tu idioma, pero puedo captar lo que causo en ti. Ahora te acercas a mí y regateas. Si esta noche me vieras, cambiarías de acera. Pero, ¿seguimos el juego? ¿Quieres ver cómo celebro las fiestas sin nadie de los míos? La soledad es oscura, ¿sabes? No tanto como el mar. ¿Te gustaría descubrir cómo llegué hasta aquí? ¿O prefieres contemplar mi casa? La de verdad. La que suma ausencias. La que me expulsó. La que me dejó sin lugar. ¿Sabes que donde yo nací no se pone el nombre definitivo a los niños hasta que cumplen 5 años? Imagina por qué.

Venga, guapa. Por ser tú, solo 15 euros.

Compra y olvídame. Aprovéchate y, después, quéjate. Ya sé, soy tu estorbo. Soy una partícula de ceniza que se ha colado bajo tu párpado. Entiendo que te moleste. Pero quizá tú también encendiste el fuego. ¿Seguro que no quieres mis ojos?