Editorial

Veinte años después de Srebrenica

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Veinte años después de la mayor atrocidad cometida en Europa desde la segunda guerra mundial, la reconciliación entre bosnios y serbios no avanza, mientras la comunidad internacional sigue bajo sospecha. Srebrenica no es solo la matanza de 8.000 hombres instigada por Radovan Karadzic y ejecutada por las fuerzas serbias del general Ratko Mladic, procesados ambos por un tribunal internacional. Srebrenica es la huida de otros varios miles, hombres y mujeres, sobreviviendo y muriendo muchos de ellos a causa de las minas o de inanición en su camino hacia Tuzla. Srebrenica es también la violación sistemática de mujeres. Srebrenica es el fruto de un nacionalismo exacerbado que para triunfar tenía que eliminar al otro, al que era distinto aunque tuviera su derecho al territorio. Y Srebrenica es la vergüenza de unas instituciones internacionales y unos países que no supieron defender a una población n civil que había buscado refugio en un enclave que se suponía seguro porque estaba bajo la protección de la ONU.

Las heridas causadas por aquella atrocidad aún siguen abiertas, como evidencia el apedreamiento ayer del primer ministro serbio en la misma Srebrenica. Lentamente se van recuperando los restos de los 8.000 bosnios asesinados de forma premeditada, pero no hay reconciliación. La República de Bosnia y Herzegovina, nacida de los acuerdos de Dayton a los que se llegó para poner fin no tanto al sufrimiento sobre el terreno sino a lo insoportable de las imágenes que llegaban a los hogares de otros países, vive al borde de la ruptura del difícil equilibrio institucional que se creó en aquella base de EEUU. Muchos personajes que tuvieron una participación en lo ocurrido ocupan hoy cargos públicos. La justicia, tanto la internacional como la bosnia, es incompleta y las perspectivas de futuro del país, en particular las económicas, son de una debilidad extrema.

Pasados 20 años, el negacionismo parece instalarse en muchos discursos. Cuando Rusia acaba de negarse, como ha hecho en la ONU, a admitir que lo ocurrido en Srebrenica fue un genocidio, está alimentando la confrontación donde ya se alzan las paredes de la división étnica. Y que esto ocurra cuando una Europa ensimismada parece haberse olvidado de los Balcanes es una pésima señal que no se merecen las víctimas de lo que realmente fue un auténtico genocidio.